“En seguida, alguien llamó
a la puerta. Era un Mago. Como era corto de vista, se quedó perplejo ante el
niño envuelto y se dijo «¿Fajado? ¿Nos engañarían?».
Después, a medida que el
Mago se aproximaba, su corazón comenzó a latir más y más fuerte y terminó por
reconocer a su Maestro en ese pequeño trocito de carne. Por primera vez en su
vida, vio a quien tanto había esperado durante toda su existencia: su Maestro.
Porque el bebé
es nuestro Maestro. No es nuestro
trocito de carne, ni es nuestra prolongación: es el pez que viene a dar un
sentido a nuestro océano vacío. Debemos entonces estar completamente atentos a
él: es el futuro. Es quién irá más alto y más lejos, e infinitamente mejor que
nosotros. Somos el pedestal: él es la estatua. Y desde luego que es superior a
nosotros: no estamos aquí para aplastar a nuestros niños y defender nuestra
corona, sino para admitir que el niño es superior a nosotros en millares de
dominios y que es nuestro Maestro. No viene a tomar nuestro sitio sino a
hacernos avanzar un grado suplementario hacia la conciencia cósmica.
Cuando el primer Mago
reconoce a su Maestro, entran los demás. El grupo completo está ahí.
Les basta contemplar al
niño para entenderlo todo. Nada más es necesario, ninguna lección…: han visto y
ello es suficiente.
Y el niño mira a cada Mago.
La pólvora que es cada uno de estos Magos se inflama de inmediato. Esa mirada
es como una chispa entre barriles de pólvora. Para cada uno de los recién
llegados la explosión tiene lugar y luego se extiende.”
Alejandro
Jodorowsky
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