Con frecuencia, somos muy
ligeros de juicio. “Todo lo que es” tiene una razón para ocurrir, y un
propósito que lo sostiene. Juzgar a alguien es una de las maneras en que
detenemos violentamente nuestro propio avance. ¡Cuidado con la mente que
enjuicia! Antes de contar algo a alguien, o sembrarle una inquietud, ve a la
fuente. Esta historia nos invita a reflexionar:
Hace unos ciento cincuenta años vivió en la ciudad de
Volozin el gran Gaón Rab Jaim, conocido como Rab Jaim de Volozin. En esa ciudad
habitaba también su hermano, el Tzadik Rabí Zalman.
Un día Shabat por la mañana se acercaron a la casa de
Rab Jaim unos yehudim y le dijeron:
– No lo tome a mal, pero su hermano, lamentablemente, ha perdido la razón.
– ¡Mi hermano! ¡Rab Zalman! ¿Pero qué pasó? – quiso saber Rab Jaim.
– Ayer por la noche, lo vimos corriendo por la calle bajo una lluvia
torrencial, sin saco ni nada con qué cubrirse y… ¡con una linterna en la
mano!Quisimos detenerlo y decirle “Shabat Shalom”, pero por lo visto no quiso
ni hablar con nosotros, ¡y siguió corriendo empapado!
– ¡Oh! ¡Pues eso sí que es muy extraño! – comentó Rab Jaim.
Muy sobresaltado, Rab Jaim se dirigió inmediatamente a
la casa de su hermano.
Cuando llegó lo encontró, como de costumbre, sentado en su mesa,con un libro de
Torá en sus manos. Rab Zalman lo saludó:
– Shabat Shalom, hermano. ¿A qué se debe el honor? – y
agregó cambiando de tono –: Te noto preocupado. ¿Pasa algo?
– Quiero que tú me digas qué es lo que pasó anoche. ¡Me contaron que te vieron
en la calle corriendo!
– Ya, ya – lo interrumpió Rab Zalman con una sonrisa –. Te lo explicaré: estaba
en mi casa, cuando escuché de la casa de mi vecino que su esposa lo estaba
despertando para que fuera a llamar a la partera, porque comenzó a sentir los
síntomas que le indicaban que en unos momentos iba a dar a luz.
Afuera llovía
mucho y hacía frío, y aparentemente el marido dormía profundamente, y por más
que los gritos de la mujer se escuchaban hasta mi casa, el hombre no se
despertaba. Lo que hice fue salir sin perder tiempo a buscar yo mismo a la
partera.
Al principio busqué mi saco y no lo encontré. “Iré sin saco”, pensé.Y al salir
vi que estaba muy oscuro, por lo que me vi obligado a cargar una linterna en
Shabat (tú sabes que en estos casos está permitido), porque podía tropezarme y
caer. Estaba en camino, y unos yehudim me saludaron diciéndome “Shabat Shalom”.
¿Acaso puedo detenerme y perder el tiempo hablando con ellos, mientras la mujer
está en peligro? Seguí adelante; llamé a la partera, y todo salió bien, Baruj
Hashem.
Rab Zalman bajó la vista y siguió en su lectura. Luego
de un instante, se dirigió otra vez a su hermano y le dijo:
–¡Ah! Te recuerdo: ¡el próximo Shabat tenemos berit milá en la ciudad!
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