Se cuenta que un tratante en diamantes fue a comprar
nuevas piezas y mientras lo hacía las observaba durante mucho rato.
De vez en cuando separaba su vista del diamante que examinaba y la fijaba por
unos minutos sobre el diamante que llevaba en el anillo de su mano, para de
nuevo mirar el diamante que quería comprar.
Después explicó que al mirar mucho tiempo atentamente
un diamante, la vista pierde la facultad de distinguir bien, por lo cual era
preciso para él fijarse de vez en cuando en su propio diamante perfecto para
poder apreciar el diamante que evaluaba.
En muchas oportunidades, para poder apreciar el valor
de otros es necesario volver la vista a
nosotros mismos. Mantener la vista fija en las personas nos hace perder la
facultad de ver bien. Mirar nuestro propio valor, reconociendo el diamante que
somos, es la mejor manera de apreciar el valor en lo que nos rodea.
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