Usted es psicoterapeuta y analista, pero cuando
usted recibe un paciente se interesa poco en su historia individual, o por lo
menos usted la ubica en un contexto más amplio, pidiéndole al paciente que le
cuente sobre la vida de sus ancestros. Usted le hace escribir, en particular,
fechas que recuerde con su puño y letra. ¿Como llegó a darle este vuelco al
desarrollo de la cura?
A.A.S: Comencemos por decir que no es una “cura” propiamente
dicha, es más bien una profundización, una ampliación de la visión que acompaña
o precede una terapia, una crisis, una enfermedad grave, una búsqueda de
identidad o de desarrollo personal, un cambio de vida. Durante los años setenta
yo iba a acompañar y hacer seguimiento a domicilio (en París) a una joven de
origen sueco de 35 años que se sabía condenada a un cáncer terminal y no quería
morir “cortada en pedazos como un salchichón” y pidió auxilio.
Acababan de amputarle por cuarta vez
una parte del pie y los médicos estaban listos para cortarle otra parte más
arriba. Como yo tenía una formación psicoanalítica freudiana le pedí a la joven
que se dejara llevar y me hablara libremente de todo lo que le pasaba por la
cabeza por asociación de ideas.
Como ustedes saben un análisis es largo
-a veces muy largo- y este ejercicio hubiera podido llevar diez años. Pero ella
no tenía todo ese tiempo. Estaba en una carrera contra reloj con la muerte.
Sucede, que en su casa reinaba una foto de una mujer muy bella en la pared de
su sala.
Mi paciente me contó que se trataba de
su madre, muerta por cáncer a la edad de treinta y cinco años. Yo le pregunté
entonces por su edad… “treinta y cinco” me dijo. Yo dije: “ahh?” y ella
replicó: “ohhh!”
Tuve de pronto la impresión de que esta
joven se había identificado inconscientemente hasta tal punto con su madre que
se había programado para repetir su destino trágico. A partir de ahí todo
cambió tanto para ella como para mí.
Más allá de la coincidencia de edades, es decir del
azar ¿qué la hacía dudar de esta enfermedad como un asunto de transmisión
hereditaria?
A.A.S: Es difícil responderle a esta pregunta. Por una parte
me habían enseñado que el cáncer de seno no es una enfermedad genéticamente
transmisible; por otra parte ¿por qué desarrollarla precisamente a la misma
edad? Es la dificultad que existe en todo lo que tiene que ver con el
inconsciente, se trata de invocar al azar como causa.
En cuanto a la genética, ésta
difícilmente podría hacer coincidir las fechas (quisiera precisar que mi marido
era médico, genetista, matemático, estadístico y que yo me guiaba por la
observación clínica rigurosa) a la vez que esta historia me hizo recordar de
inmediato otra historia.
Un día, mi hija me dijo: “mamá, te das
cuenta de que tú eres la hija mayor de dos hermanos y el segundo murió; mi papá
es el mayor de dos hermanos y el segundo murió… y yo soy la mayor de dos
hermanos y el segundo también murió?”. Este fue un shock. Esta vez me propuse
verificar con otros pacientes mi intuición con esta paciente. Les pedí a todos
construir su árbol genealógico conmigo de una manera muy completa y si era
posible indicar debajo del nombre de sus padres, abuelos, bisabuelos, tíos,
primos, etc., los momentos claves de la historia familiar: tuberculosis del
abuelo, matrimonio o segundas nupcias de la madre, accidente de automóvil del
padre, mudanzas y viajes, cambios de estatus socioeconómico, participación en
guerras, muertes prematuras, alcoholismo, hospitalizaciones psiquiátricas,
encarcelamientos, sin olvidar diplomas universitarios y profesiones. También
les pedí inscribir si era posible, las edades y las fechas en las cuales se
habían producido estos eventos.
Estos árboles genealógicos extendidos
(bautizados “genosociogramas”), revelaron repeticiones asombrosas: una familia
en la cual las mujeres morían leucémicas durante tres generaciones seguidas en
el mes de mayo, una sucesión de cinco generaciones en la cual las mujeres se
volvían bulímicas a la edad de trece años; un linaje en el cual los hombres
eran sistemáticamente víctimas de un accidente de automóvil el primer día de
clases de su primer hijo, etc.
Estaremos de acuerdo en que sería osado
ver esto como obra del azar en familias en las que encontramos en cada
generación las mismas fechas de nacimiento, el mismo número de matrimonios en
hombres o en mujeres, el mismo número de hijos ilegítimos, naturales o nacidos
muertos, de muertes trágicas o precoces y siempre a la misma edad! En cuanto a
la herencia genética, cree usted que un accidente de tránsito sea transmisible
por ADN? Algo más tenía que estar actuando ante la evidencia de la frecuencia y
la visibilidad de las repeticiones que saltaban a la vista una vez se les
prestaba atención.
¿Cómo explicarse estas repeticiones? ¿Por qué
repetimos cosas vividas por nuestros padres o nuestros ancestros?
A.A.S: Repetir los mismos hechos, las fechas, o las edades
que han escrito la novela familiar de nuestro linaje es una forma de ser fieles
a nuestros padres y demás ancestros y por lo tanto a sus actos, gestos y
tragedias. Es una manera de seguir la tradición familiar y de vivir conforme a
ella. Es esta lealtad la que empuja a un estudiante a fallar el examen que su
padre nunca logró pasar, en el deseo inconsciente de no sobrepasarlo
socialmente. O a heredar su oficio o profesión de luthier, notario, panadero o
médico. O en las mujeres a casarse a los 18 para tener tres hijos y si es
posible tres niñas… o solo niños.
A veces esta lealtad invisible
sobrepasa los límites de lo verosímil, y de igual forma ocurre: ¿Conoce usted
la historia de la muerte del actor Brandon Lee? Murió durante el transcurso de
un rodaje porque de forma incomprensible alguien había olvidado una bala
verdadera en un revólver que debía estar cargado con balas de salva. Justo 20
años atrás, su padre, el célebre Bruce Lee, murió en pleno rodaje, a causa de
una hemorragia cerebral durante una escena en la cual él representaba a un
personaje muerto accidentalmente por un revólver que debía estar cargado con
balas de salva…
Estamos literalmente impulsados por una
potente e inconsciente fidelidad a nuestra historia familiar y nos cuesta un
trabajo enorme inventarnos algo nuevo para nuestra propia vida! En algunas
familias uno ve el síndrome de aniversario repetirse -bajo la forma de
enfermedades, muertes, abortos, o accidentes- en tres, cuatro, cinco y hasta
ocho generaciones!
Pero parece haber además otra razón
oscura por la cual nosotros repetimos las enfermedades y los accidentes de
nuestros ancestros. Tome cualquier árbol genealógico y verá que está lleno de
muertes violentas, adulterios, anécdotas secretas, hijos naturales y
alcohólicos. Son cosas que se esconden, heridas secretas que no se quieren
mostrar. Entonces ¿qué es lo que pasa cuando, por vergüenza, por conveniencia o
para “proteger” a nuestros hijos o la integridad de la familia, no hablamos del
incesto, de la muerte sospechosa, de la ruina del abuelo?
El silencio crea una zona de sombra en
la memoria de un hijo de la familia, quien, para llenar este vacío y eliminar
las lagunas de sentido repetirá en su cuerpo o en su existencia el drama que
intentan esconderle. Freud ya decía (y lo cito de memoria) que “lo que no se
expresa con palabras se expresa con los dedos”. Yo pienso, como lo escribí en
mi libro, que: “Lo que se calla en las palabras se imprime, se repite y se
expresa por los males.”
Pero entonces esta repetición supone que esta
persona sabe algo de esta vergüenza familiar y que ha oído algo acerca de la
historia ¿verdad?
A.A.S: No, claro que no! Hablar no es necesario para
expresarse: los estudios sobre la comunicación no verbal y el “lenguaje del
cuerpo” demuestran que uno se expresa a través del lenguaje pero también lo
hace a través de todo su cuerpo. Sus gestos, su tono de voz, su respiración, su
actitud, su forma de vestir, sus silencios, el hecho de evitar a algunas personas…
la vergüenza como el secreto no tienen necesidad alguna de ser evocados para
pasar la barrera de las generaciones y afectar un enlace familiar – ya sea un
enlace fuerte o endeble, o vivido como algo “delegado” por la familia, o
programado por ella, actuante por lealtad familiar o sobre-identificación.
Le voy a dar el ejemplo de una niña de
cuatro años, quien en sus pesadillas se ve perseguida por un monstruo. Ella se
despierta en la noche, tosiendo, dando alaridos y asfixiándose, y todos los
años, en la misma fecha, su tos se convierte en crisis severa de asma. Pregunto
su fecha de nacimiento. “Durante la noche del 25 al 26 de abril” me dice su
madre. Como conozco las fechas de la historia francesa y sé por muchas de las
investigaciones de mis pacientes que muchos traumas familiares encuentran su
origen en las persecuciones, algunas veces muy antiguas, o están ligadas a las
muertes trágicas en los campos de batalla pude hacer la siguiente relación: del
22 al 25 de abril de 1915, las tropas alemanas lanzaron por primera vez gases
de combate sobre las líneas francesas.
En Ypres, miles de personas murieron
asfixiadas. Le pido a la madre que busque la palabra Ypres y Verdun en su
genosociograma. Encuentra que el hermano mellizo del abuelo fue uno de los soldados
asfixiados… en la noche del 25 al 26 de abril de 1915! Le pido entonces a la
niña que dibuje el monstruo que ve en sus pesadillas. Ella dibuja con crayolas
lo que ella llama: “una careta de buzo con trompa de elefante” era una máscara
anti-gas de la época de la guerra (1914-1918) reconocible por todos nosotros.
Ella jamás había visto una de estas
máscaras y jamás se le había hablado a la niña sobre la tragedia vivida por su
tío abuelo ni sobre las consecuencias del gas utilizado en combate. Estos hechos
fueron verificados en los archivos del ministerio de guerra: el tío abuelo fue
condecorado por conducta valerosa… y bien, a pesar de todo ese silencio, la
niña tosía y escupía, perdía el aliento y se angustiaba como un soldado en su
trinchera, con un paroxismo a una hora fija (cerca de la media noche).
Esto ocurrió hasta que la niña hizo su
dibujo. ¿Cómo este hecho pudo pasar a través de las generaciones? ¿Cómo se pudo
transmitir? Podría ser a través del co-inconsciente familiar y grupal, podría
ser por las ondas “morfogénicas” de las cuales habla Rupert Sheldrake. Puede
ser por evitaciones en el discurso familiar “No se habla nunca más de lo que
tanto nos hizo sufrir”.
El recuerdo de la muerte trágica y del
muerto mal enterrado creó en el abuelo de la niña (hermano de la víctima) y en
la mamá de la niña una zona de sombra en la cual se escondió el dolor como en
una “cripta”.
Hipótesis: a largo de su vida hubo
lagunas en el discurso de este hombre y de su hija. Cada vez que hubiera
ocasión de evocar la muerte de su pariente (a través de un retrato de familia o
una imagen de guerra en la televisión), se habría manifestado una perturbación
expresada en la mirada, la voz o las actitudes, que en las conversaciones sobre
el hecho que hubieran podido intercambiarse. La madre de la niña evitaba las
películas de guerra, le tenía miedo al gas de la estufa…
…Entonces, estas evitaciones pueden transmitir una
información en negativo, como en “bajo relieve”. ¿Pero acaso podrían tener un
grado tan alto de precisión que lograran gravar la imagen fotográfica de una
máscara de gas en las pesadillas de la niña?
A.A.S: somos ya muchos terapeutas en Francia, en Europa, en
América del Norte y del Sur, en Africa, en el medio Oriente, que hemos
constatado esto en nuestros pacientes. Lo que ocurre es como si en efecto se
pudiera dar en los descendientes una especie de memoria fotográfica o
cinematográfica con sonidos, colores, imágenes, olores, temperaturas. Las
personas se despiertan congeladas temblando y sudando de angustia, enroscadas
sobre sí mismas, sintiéndose encerradas en algún sitio maloliente… cuando en
realidad duermen bien calientitas en su cama y jamás han vivido algo similar.
Sin embargo en el caso particular de la
niña no creo que esta haya sido la situación, pienso más bien que pudo ser
comunicación directa de inconsciente a inconsciente lo que Moreno llama
co-inconsciente familiar y grupal.
¿Quiere
usted decir que las imágenes y los secretos da familia pasan de una generación
a otra por una especie de telepatía?
A.A.S: No. Pasan a través de la unidad dual madre-hijo. Y
también puede ser que a través de una “memoria transgeneracional” que, aunque
se constata clínicamente, falta probar. Creo que durante su crecimiento en el
útero, el niño sueña como sueña su madre y que todas las imágenes del
inconsciente materno y del co-inconsciente familiar pueden dejar impresiones en
la memoria del niño que va a nacer. Esta hipótesis desafortunadamente no ha
sido verificada a través de una exploración científica seria. De gran importancia
para la salud de todos nosotros!
Hay que agregar sin embargo que desde
1998 algunos comenzaron a hablar de memoria celular y que hay varias
investigaciones científicas médicas y biológicas que están siendo llevadas en
el INSERM sobre el núcleo celular con relación a una eventual memoria afectiva…
pero antes de concluir esperemos los resultados que deberían salir entre 2005 y
2010.
Entonces, la fidelidad a nuestros ancestros nos
gobernaría, nuestro inconsciente nos empujaría a honrarlos a través de
medios sorprendentes como provocarnos un cáncer nosotros mismos hasta un
accidente automovilístico! ¿Nos podría ampliar esto en términos médicos?
A.A.S: Precisemos mejor mi punto de vista y el de algunos de
mis colegas. Jamás dije que se tratara de “honrar a los ancestros”… esa frase
no es mía. No se trata de eso sino de repetir tareas interrumpidas, inacabadas,
de duelos no elaborados después de traumas insoportables, indigestos o no
digeridos -si usted me permite estas expresiones- que se nos quedan “en el estómago”
e impiden que nuestros duelos se expresen provocando otras manifestaciones en
nuestra descendencia: genocidios, pérdida de las raíces, pérdida de una tierra,
una gran injusticia… esta es la constatación que hace una alumna del Dr. Kurt
Lewin, Bluma Zeigarnick presentada en su tesis doctoral, Psicología de la
Gestalt, en 1928, sobre las “tareas interrumpidas”, que “re-calentamos” a lo
largo de nuestras vidas. Esto en psicología se llama el “efecto Zeigarnick” y
yo lo aplico a los duelos no resueltos de dramas pasados para ayudar a mis
pacientes a revivirlos y superarlos.
No se trata de verdaderas maldiciones
–aunque el concepto aparece claramente en momentos históricos cruciales, como
en el caso de las maldiciones a los reyes de Francia por parte del líder de los
caballeros templarios Jacques de Molay, en la hoguera el 18 de marzo de 1314.
La “maldición de los Kennedy” parece no
ser más que un mito, si bien encontramos una lealtad familiar inconsciente en
la repetición de algunas fechas, como el 22 de noviembre, aparecida por primera
vez en 1858, fecha de la muerte del bisabuelo del presidente John F Kennedy, y
por segunda vez en 1963, fecha del asesinato de este último, quien decidió de
todas formas ir a Dallas ese día, a pesar de la cantidad de advertencias
recibidas. Tampoco quiso usar el techo blindado de su auto, como si hubiera
olvidado la fecha pero no la “obligación de morir”.
En realidad esta forma de repetición
mórbida (que algunos llaman “maldición”) revela un mecanismo que la medicina
conoce cada vez mejor. Toda muerte o idea de muerte produce en el ser humano
una depresión. Perder su casa o su empleo supone también el poder y la
necesidad de hacer su duelo. Una vez que pasa la rebelión contra lo
inaceptable, la tristeza del duelo provoca un debilitamiento inmunológico.
Una gran cantidad de personas “deciden”
entonces de forma completamente inconsciente morir a una edad precisa: “si mi
mamá murió a los 35, yo no voy a sobrepasar esta edad” se dice la mujer. A
dicha edad, ella cae en una depresión que debilita su sistema inmunológico
hasta el punto de dar paso a un cáncer. Es el mismo mecanismo para el accidente
de automóvil: cuando llega la fecha del aniversario de un trauma escondido en
la familia, la persona puede empezar a tomar riesgos insensatos y el accidente,
evidentemente, se produce. El inconsciente vela sobre todo este fenómeno como
un reloj invisible. Es lo que yo he llamado la fragilización del año (o del
periodo) aniversario.
¿Esto se puede evitar? ¿Podemos salir de esta
repetición para nacer libremente a nuestra propia historia?
A.A.S: Para evitar la repetición, hay que tomar consciencia.
Recordemos a la joven de origen sueco. Cuando le ayudé a darse cuenta de que,
si ella sucumbía a su cáncer, ya no habría nadie para ponerle flores a la tumba
de su madre y que además ella habría querido verla vivir por mucho, mucho
tiempo. Para ella esta realización fue una especie de shock y se operó un
cambio radical en su vida y en su enfermedad. Recuperó las ganas de vivir, sus
metástasis cedieron, recobró peso y energía, retomó su trabajo… se puso una
pierna artificial y hasta aprendió a esquiar y a conducir un automóvil
acondicionado especialmente para ella.
Estaba tan radiante que aquellos que la
habían cuidado no la reconocían. Si el origen del dolor, de la enfermedad, del
mal, está cerca de la consciencia, visualizar la historia de la familia de un
solo vistazo, en siete generaciones, es decir, reubicarla en su árbol
genealógico, en su contexto psico-político-económico-histórico sobre un
centenar de años y reconocer de golpe la repetición, puede ser suficiente para
crear una emoción tan fuerte capaz de liberar al enfermo de sus lealtades
familiares inconscientes.
Personalmente, únicamente haciendo
trabajar a alguien sobre su familia, sobre su árbol genealógico y sus secretos,
con frecuencia logro poner al día en dos o cuatro horas lo que uno se podía
demorar años en “sacar a la luz” en el diván. La realidad de los hechos y su
repetición saltan a la vista. Se puede ver claro casi de inmediato.
Pero desconfiemos, con Freud, de la
catarsis no seguida de “perlaboración” (el famoso working through, largo
trabajo sobre sí mismo, sobre sus sueños, sus asociaciones de pensamiento, sus
lapsus, que completan la cura analítica). Recordemos que Freud, en una de sus
notas de pie de página* planteaba el problema de las recaídas al finalizar la
terapia y comparaba la cura a una sinfonía, en la cual los temas se desarrollan
y retoman en diversos registros, muchas veces antes de estallar justo al final.
También ocurre a veces que el secreto
está tan bien guardado que la toma de consciencia se vuelve imposible. Hay que
recurrir entonces a los sueños, a las asociaciones de ideas- en diálogo con el
terapeuta como en el caso de Winicott, inventor del co-dibujo- o a los ecos
personales y a los intercambios en pequeños grupos de terapia, en donde se
ponen en escena las vivencias familiares, como en el psicodrama.
El hecho de poner en escena la
situación antigua de forma integral, a través del cuerpo entero y no solo a
través de la palabra ayuda a revivir la emoción de aquello que fue ocultado y
permite expresar los sentimientos reales y la tensión que pudo crearse entre lo
que se nos esconde y lo que de todas maneras presentimos.
Hablar, llorar, gritar, golpear,
previene la conversión del malestar psíquico en síntoma somático. De allí la
importancia de poder expresar las emociones, los verdaderos sentimientos, sin
moderación, ni pudor, los secretos, los no dichos, los traumas escondidos, los
grandes dolores y los duelos no hechos (en psicodrama la técnica de “superávit
de realidad” permite decirle adiós a los muertos antes de su muerte, como si
uno hubiera estado presente.- ya sea al lado de su tumba o cerca del mar que se
los tragó sin sepultura, por ejemplo- y cerrar al fin las tensiones acumuladas
y terminar la “Gestalt” hasta ahí a penas esbozada).
El siglo XX fue el siglo de las hecatombes. Por
primera vez en nuestra historia millones de hombres fueron enterrados –muchas
veces sin sepultura- lejos de su tierra natal y lejos de sus ancestros.
¿Podríamos hablar aquí de un enorme malestar transgeneracional en nuestra
civilización?
A.A.S: Un fenómeno nuevo apareció en el siglo XX los
genocidios 1914-1918 (más las guerras civiles en Rusia y España y la segunda
guerra mundial) con sus millares de muertos anónimos, sus incontables
desaparecidos sin sepultura, la coexistencia en las trincheras o en los campos
de muertos, agonizantes y vivos, la lenta agonía de los heridos y de los
asfixiados con gas… y las pesadillas de los sobrevivientes y de sus
descendientes.
Recordemos que ya los cirujanos militares
de Napoleón 1°, se habían dado cuenta y habían bautizado -durante la retirada
de Rusia en 1812- como el “síndrome del viento de arrastre” a los sufrimientos,
pesadillas y angustias de los sobrevivientes y de los testigos de la muerte
trágica de sus compañeros (lo cual nosotros encontramos actualmente en las
pesadillas de sus descendientes, en varios países, Francia, Israel… pero
también en Canadá o en Estados Unidos).
Cuando uno sabe que un muerto mal
enterrado impide que el duelo se realice bien en la familia, es fácil imaginar
que una hecatombe pueda generar un inmenso malestar de civilización, en efecto.
Sin contar a los hijos de armenios masacrados en 1915 (más de dos millones), de
judíos deportados a los campos de concentración, o los asfixiados con gas en
Verdun, que sufren crisis de asma, eczemas y violentas migrañas en las fechas
de aniversario de la masacre, de la deportación, del drama… pienso que un
trabajo terapéutico puede también ser llevado a la escala de los pueblos.
Cuando un ancestro ha sufrido, es
fundamental para su descendencia que su dolor sea reconocido. Por esta razón
para los armenios fue de gran importancia ver que su genocidio fuera reconocido
por la comunidad internacional, así sucediera 50 años después. Estoy segura de
que millones de seres fueron aliviados en lo más profundo de sí mismos. Había
que matar al fantasma. Existe también una dimensión dramática en el olvido de
algunas fechas de aniversario, bien sea el asesinato del gran duque Francisco
Fernando heredero del imperio austro-húngaro, el 28 de junio de 1914 en
Sarajevo que hizo estallar la guerra de 1914-1918. O aquella del “Jueves negro”
que inició la depresión de 1929, el desempleo mundial, la toma de poder de
Hitler y la guerra 1939-1945…
Dicho esto, es importante aclarar que
no son necesarias circunstancias tan dramáticas para que el síndrome de
repetición le arruine la existencia a alguien. Entre la cantidad de personas
que han venido a consultarme porque sufren de trastornos psicosomáticos
inexplicables, encontramos por ejemplo las pesadillas recurrentes, la pérdida
sistemática de un examen o el sabotaje la propia vida profesional…
aparentemente sin razón.
Pienso en un hombre joven trabajador e
inteligente que era exitoso en todo en su vida, salvo en sus exámenes. Descubrimos
juntos que desde finales del siglo XX, 14 de sus primos habían perdido el
examen para obtener el grado de bachiller! Rastreamos el origen de este
trastorno y finalmente lo que descubrimos que ocurrió fue que el tatarabuelo de
este muchacho había sido expulsado de su casa en la víspera de presentar el
mismo examen, porque se había acostado con la criada del servicio y ésta había
quedado embarazada y como él tenía un fuerte sentido de la responsabilidad,
partió con ella y se casaron.
Resulta que el hijo de este hombre, a
su vez, abandonó el liceo la víspera del último examen y su nieto también (por
razones fútiles). La misma situación se presentó durante cuatro generaciones
seguidas y es así como el tataranieto cargaba todavía el peso de esta “falta original”,
cuidadosamente escondida por toda la familia… una vez identificada y purgada
esta historia a través del trabajo familiar, todos los muchachos de esta
familia han pasado sus exámenes!
¿Cómo se podría explicar la fascinación actual por
la terapia transgeneracional?
A.A.S: Vivimos un periodo de transformación profunda en
nuestro medio y en nuestro modo de pensamiento, tanto de nuestro cuadro de vida
como de su contexto. Es como lo dice Alvin Toffler, un estrés colectivo, una
especie de choque del futuro, que muchísimas personas viven como algo muy
angustioso. Existen hoy muchísimas variables desconocidas – entre ellas, la
supervivencia misma de nuestra cultura y de nuestro planeta. En este
“revoltijo” general, muchos terapeutas se enfrentan a casos difíciles en los
que las teorías clásicas fracasan. Permitir un “enraizamiento” de la persona en
su historia hace parte de las soluciones.
En “Ay mis ancestros” usted hace con frecuencia
referencia al psicoanalista Húngaro Ivan Boszormenyi-Nagi. ¿Qué fue lo que él
puso en evidencia?
A.A.S: En su práctica clínica hacía hablar a sus pacientes
de su familia porque, según él, el objetivo de la intervención terapéutica
consistía en restituir una ética de las relaciones transgeneracionales. Sus
conceptos claves de “lealtad familiar invisible” y el “gran libro de cuentas
familiares” iluminaron muchísimo mi trabajo. De la lealtad de los miembros de
un grupo depende la unidad del mismo.
Esta lealtad debe ponerse en relación
con las motivaciones y los actos de cada uno de los miembros del grupo. De allí
otro concepto: aquel de la justicia familiar. Cuando la justicia falla, esto se
traduce en mala fe, o en la explotación de miembros de la misma familia por
parte de los otros, o en la aparición de patologías o en accidentes
repetitivos. Mientras que en el caso contrario hay afecto y cuidado recíproco
pues las cuentas familiares están al día.
Podemos hablar del balance de las
cuentas familiares o de un gran libro de las cuentas familiares en el cual se
puede verificar si uno está en crédito o en débito. Si usted arrastra deudas y
obligaciones sin pagar de generación en generación se arriesga a tener todo
tipo de problemas – acuerdos de herencia injustos, querellas, rupturas
“anormales” … una de las deudas familiares clásicas es una muerte vivida como
“tan injusta” que el duelo no se puede llorar, decir, vivir y el dolor queda
abierto prácticamente para siempre.
¿Nos puede usted dar otros ejemplos de deudas en las
cuentas familiares?
A.A.S: La deuda más importante de la lealtad familiar es
aquella que cada niño contrae con sus padres a causa del amor, la fatiga y los
cuidados que recibe de ellos desde el nacimiento hasta la edad adulta. Pagar
esta deuda es de orden transgeneracional, es decir que lo que recibimos de
nuestros padres, se lo entregamos a nuestros hijos, etc.
Ocurre a veces, que hay una distorsión
patógena entre los méritos y las deudas. Tomemos un ejemplo: hay familias en
las cuales la hija mayor detenta el rol de madre con respecto a los demás hijos
y a veces con respecto a su propia madre. Es lo que llamamos parentificación.
Un hijo que debe hacer el papel de padre o madre muy joven se encuentra en
desequilibrio relacional significativo.
En realidad es difícil comprender los
vínculos transgeneracionales y el libro de los méritos y las deudas pues nada
está claro. Cada familia tiene su propia manera de definir la lealtad familiar.
Pero el estudio transgeneracional puede aportar un esclarecimiento decisivo.
Encontramos
en su trabajo una aproximación antropológica en la cual usted insiste sobre la
importancia vital de las reglas familiares…
A.A.S: No es gratuito que yo haya decidido ser analizada por
un antropólogo (Gessain era el director del museo del hombre y había acompañado
a Paul Emile Victor a estudiar a los Esquimales) y que me propusiera estudiar
con Margaret Mead! El enfoque antropológico contextual es fundamental. Hay que
reubicar a las personas y los acontecimientos en su contexto y comprender las
reglas familiares y sociales de la época, del medio, del lugar preciso.
Citemos algunas reglas familiares que
uno encuentra a menudo. Existen familias del tipo cuidador-cuidado: algunos
miembros cuidan de otros miembros que están enfermos. Existen familias en las
cuales la regla es hacer todo lo posible por que el hijo estudie- el mayor,
jamás será una hija sino siempre el primer hijo hombre. También hay familias en
las que se fabrica un sucesor “mayor” para retomar los negocios familiares. En
otras familias, varias generaciones cohabitan sistemáticamente bajo el mismo
techo. En otros casos sólo uno hereda y los otros parten lejos o le sirven…
Cuando uno observa un genosociograma es
esencial fijarse bien en cuales reglas están en vigor y quién las elabora.
Puede ser un abuelo, una abuela, un tío… cuando uno comienza a comprender estas
reglas, uno puede intentar ayudar a la familia a alcanzar una relación menos
disfuncional y un mejor equilibrio de las deudas y los méritos de cada uno. Hay
cosas que no son fáciles de entender cuando uno descifra una familia.
Usted también se ha interesado en el fracaso escolar
¿según usted éste sería a menudo de orden transgeneracional?
A.A.S: Mi enfoque es a la vez contextual, sociopsicológico,
psicoanalítico, transgeneracional, etnológico y etológico. Cada una de estas
ciencias es importante y sus aportes son complementarios. En el caso del
fracaso escolar, hay que agregar el aspecto socio-económico de estas lealtades
familiares brillantemente analizadas por Vincent de Gaulejac quien, debo
decirlo, iluminó bastante mi linterna.
Demuestra de forma notable hasta qué
punto es difícil para un buen hijo o para una buena hija sobrepasar el nivel de
estudios de su padre o de su madre: se enfermarán la víspera del examen, o
perderán el tren, o tendrán un accidente en el camino o simplemente olvidarán
poner el despertador en la mañana… actuando así, responden inconscientemente al
mensaje doblemente restrictivo de su padre o de su madre , la famosa doble
atadura “haz como yo pero sobre todo no hagas lo mismo que yo” más
precisamente: Hago todo por ti y deseo tu éxito… pero temo terriblemente que me
superes y que nos abandones” entonces estos mensajes, estos actos fallidos
datan la mayor parte del tiempo de las generaciones precedentes. Allí también
la fidelidad a los ancestros que se ha vuelto inconsciente o invisible nos
gobierna.
Nuestro destino individual puede ser guiado por la
historia de las generaciones anteriores. Lo cual significaría que un evento
vivido por un ancestro cincuenta o cien años antes puede orientar las
decisiones de una vida determinar las vocaciones, detonar una enfermedad e
incluso provocar la caída accidental por la escalera de un tataranieto. ¿Qué
queda entonces del libre albedrío?
Entrevista hecha a Anne Ancelin
Schutzenberger por Patrice Van Eersel y Catherine Maillard en “Mis
antepasados me duelen”
Anne Ancelin
Schutzenberger:
Teórica e investigadora de campo a la
vez. Perteneció a la resistencia, ha sido profesora en varias universidades,
psicoterapeuta con formación en psicoanálisis, abierta a todas las
innovaciones. Como analista de grupo, fue una de las primeras psicoterapeutas
en utilizar el psicodrama de Moreno en Francia. Profesora emérita de la
facultad de psicología de Niza, en donde dirigió el laboratorio de psicología
social y clínica. Trabajó con Robert Gessain, Jacques Lacan, Francois Dolto,
Carl Rogers, JL Moreno, Margaret Mead y Gregory Bateson, la escuela de Palo
Alto y la escuela de dinámica de grupos de Kurt Lewin. Se convierte en una
celebridad cuando publica su libro “Ay Mis Ancestros” el cual llega a ser un
best seller mundial. Para muchos académicos y psicoterapeutas es ella quien
introduce la dimensión transgeneracional en su práctica a través de un elemento
preciso: el síndrome de aniversario.
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