1.-He parido un hijo que no es
mío. Lo entrego al mundo.
2.-Este hijo no ha venido a
cumplir mi proyecto, ni los proyectos de mi árbol genealógico, sino el suyo
propio.
3.-No lo bautizo con ningún
nombre ya presente en el árbol, ni con nombres que le impriman un destino.
4.-Se lo doy todo, lo crío con
afecto, sin dejar de ser yo misma, sin adicción al sacrificio, sino con
responsabilidad y desde la libertad.
5.-Le ofrezco herramientas que
ayuden a construir el edificio de su propia vida, pero acepto que tome
libremente las que el juzgue adecuadas y rechace las inadecuadas para él. Me
doy cuenta que la mejor manera de enseñar a un hijo no es con mítines, ni con
límites, sino con el ejemplo.
6.-Acepto que deje de llamarme
“mamá” cuando él lo decida, para pasar a llamarme por mi propio nombre, porque
así rompe lazos de dependencia y la relación entre ambos se equilibra.
7.-Le permito y facilito que
tenga un espacio privado e íntimo en la casa que sienta como su propio
territorio.
8.- En cuanto a la elección de
sus amistades, de su carrera, de sus actividades de ocio, etc., le escucho, le
doy mi parecer, pero no selecciono nada por él, ni le prohíbo ni lo obligo.
9.- Dejo que mi hijo cometa
errores, que se caiga, que no sea perfecto. Comprendo que cada fracaso es un
cambio de camino y con ellos se crece cada día; si lo protejo demasiado lo
bonsaitizo, nunca será adulto.
10.-Jamás definiré a mi hijo
(“es tranquilo”, “eres nervioso”, “es tímido”…), porque entiendo que los niños
se forman su autoconcepto a partir de lo que sus padres dicen de él. Le
transmito que dentro de él están todas las posibilidades del ser, lo es todo en
potencia.
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