Se cuenta que un ermitaño
por amor a Dios se había refugiado en la soledad de las montañas, para
solamente dedicarse a la oración y a la penitencia, se quejaba muchas veces que
tenía demasiado quehacer. La gente no entendía cómo era posible que tuviera tanto
trabajo en su retiro. A lo que les contestó:
“Tengo que domar a dos
halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una
serpiente, cargar un asno y someter a un león.
No vemos
ningún animal cerca de la cueva donde vives. ¿Dónde están todos estos animales?
Entonces
el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron.
Estos animales los llevamos dentro: Los dos halcones, se
lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo. Tengo que entrenarlos
para que sólo se lancen sobre presas buenas… Son mis ojos.
Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan. Tengo que
entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir… Son mis
manos.
Y los
conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las
situaciones difíciles. Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un
sufrimiento, un problema o cualquier cosa que no me gusta… Son mis pies.
Lo más
difícil es vigilar la serpiente aunque
se encuentra encerrada en una jaula de 32 varillas. Siempre está lista por
morder y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo
de cerca, hace daño… Es mi lengua.
El burro
es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga
de cada día… Es mi cuerpo.
Finalmente
necesito domar al león,
quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso… Ese
es mi corazón.
Anónimo.
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