La caspa es una escama que se forma
sobre el cuero cabelludo, una lámina de piel que se desprende. Tenemos dos
tipos:
Caspa seca: Aparece alrededor de
los 10 u 11 años en forma de finas escamas, blanquecinas o grisáceas. Son
placas ligeras y a veces tan numerosas que pueden dar un aspecto enharinado al
cuero cabelludo. Puede incluso generar algún tipo de picor.
Caspa grasa: Aparece en la pubertad
en paralelo al proceso de desarrollo hormonal del adolescente. Se presenta en
forma de escamas grasas y amarillentas, adheridas al cabello y al cuero
cabelludo. La gran cantidad de células desprendidas provoca una proliferación
de microorganismos (la flora microbiana) en el cuero cabelludo. La caspa puede
causar picazón en la cabeza. Al rascarse se expande la infección. Las
partículas de caspa son desagradables estéticamente hablando y esta es la
principal razón para tratarla.
El origen no es la falta de higiene
como erróneamente se ha dado a entender. Para comprender cómo surge es preciso
recordar que nuestra piel está en continuo proceso de renovación, esto es,
nuevas células crecen y las antiguas son eliminadas. En el caso del cuero
cabello sucede lo mismo.
Por alguna razón en el cuero
cabelludo las células recién nacidas empiezan a subir a la superficie de la
piel con excesiva rapidez, sin tiempo para impregnarse de queratina protectora,
en pleno desorden y con los componentes aún incapaces de retenerlas. El
resultado es la caspa.
El estrés está relacionado con este
problema capilar. Cuando las exigencias del entorno, superan la percepción de
recursos para cumplirlas, el cuerpo reacciona acelerando el metabolismo, con
resultados como éste.
A veces la caspa funciona también
metafóricamente como un casco de protección, cuando nos sentimos amenazados por
un peligro, real o imaginario. Escudamos la cabeza porque tememos que nos
invadan nuevas ideas, nuevas creencias que nos hagan cambiar la forma de ver el
mundo que nos han enseñado y con la que nos sentimos seguros. Pero este casco
inconscientemente lo percibimos tan falso que se desmorona, se hace polvo.
Para comprender la caspa podemos
recurrir al simbolismo presente en toda muda de piel, “las serpientes mudan de
piel cuando están listas para una nueva”. La pregunta que surge es: ¿debería
haberme arrancado mi vieja piel y permitir que me creciera una nueva? Digamos
que la realidad impone un ritmo de cambio para el que no estamos preparados o
no tenemos permiso para vivirlo.
Ejemplo:
Un adolescente de 14 años que debe
trasladarse de ciudad para continuar sus estudios, lo que supone separarse del
núcleo familiar durante la semana. Es posible que sufra un ataque de caspa que
será directamente proporcional al miedo que le transmite (inconscientemente) su
familia.
El adolescente sabe que frente a él
se está abriendo una nueva etapa en su vida, repleta de nuevas posibilidades.
Sin embargo, si se le ha negado el permiso para continuar creciendo, puede que
aparezca la caspa bajo su versión más agresiva. Empezará a usar productos que
cada vez serán más sofisticados y el cabello le exigirá una atención
permanente. No obstante es poco probable que perciba que lo que sucede en
realidad es que no tiene permiso para “cambiar de piel”.
Una actitud frente a la caspa es
“mutar”, transformando todas las estructuras que se han quedado pequeñas en
nuestra vida. Abandonando las viejas y caducas concepciones que nos legó la
parte enferma de nuestro árbol genealógico y aceptando que la vida es cambio.
Tomado de plano creativo.
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