lunes, 5 de agosto de 2013

Caspa; la necesidad de mudar la “piel”.


La caspa es una escama que se forma sobre el cuero cabelludo, una lámina de piel que se desprende. Tenemos dos tipos:
 
Caspa seca: Aparece alrededor de los 10 u 11 años en forma de finas escamas, blanquecinas o grisáceas. Son placas ligeras y a veces tan numerosas que pueden dar un aspecto enharinado al cuero cabelludo. Puede incluso generar algún tipo de picor.
 
Caspa grasa: Aparece en la pubertad en paralelo al proceso de desarrollo hormonal del adolescente. Se presenta en forma de escamas grasas y amarillentas, adheridas al cabello y al cuero cabelludo. La gran cantidad de células desprendidas provoca una proliferación de microorganismos (la flora microbiana) en el cuero cabelludo. La caspa puede causar picazón en la cabeza. Al rascarse se expande la infección. Las partículas de caspa son desagradables estéticamente hablando y esta es la principal razón para tratarla.
 
 
El origen no es la falta de higiene como erróneamente se ha dado a entender. Para comprender cómo surge es preciso recordar que nuestra piel está en continuo proceso de renovación, esto es, nuevas células crecen y las antiguas son eliminadas. En el caso del cuero cabello sucede lo mismo.
 
Por alguna razón en el cuero cabelludo las células recién nacidas empiezan a subir a la superficie de la piel con excesiva rapidez, sin tiempo para impregnarse de queratina protectora, en pleno desorden y con los componentes aún incapaces de retenerlas. El resultado es la caspa.
 
 
El estrés está relacionado con este problema capilar. Cuando las exigencias del entorno, superan la percepción de recursos para cumplirlas, el cuerpo reacciona acelerando el metabolismo, con resultados como éste.
 
 
A veces la caspa funciona también metafóricamente como un casco de protección, cuando nos sentimos amenazados por un peligro, real o imaginario. Escudamos la cabeza porque tememos que nos invadan nuevas ideas, nuevas creencias que nos hagan cambiar la forma de ver el mundo que nos han enseñado y con la que nos sentimos seguros. Pero este casco inconscientemente lo percibimos tan falso que se desmorona, se hace polvo.
 
 
Para comprender la caspa podemos recurrir al simbolismo presente en toda muda de piel, “las serpientes mudan de piel cuando están listas para una nueva”. La pregunta que surge es: ¿debería haberme arrancado mi vieja piel y permitir que me creciera una nueva? Digamos que la realidad impone un ritmo de cambio para el que no estamos preparados o no tenemos permiso para vivirlo.
 
Ejemplo:
 
Un adolescente de 14 años que debe trasladarse de ciudad para continuar sus estudios, lo que supone separarse del núcleo familiar durante la semana. Es posible que sufra un ataque de caspa que será directamente proporcional al miedo que le transmite (inconscientemente) su familia.
 
El adolescente sabe que frente a él se está abriendo una nueva etapa en su vida, repleta de nuevas posibilidades. Sin embargo, si se le ha negado el permiso para continuar creciendo, puede que aparezca la caspa bajo su versión más agresiva. Empezará a usar productos que cada vez serán más sofisticados y el cabello le exigirá una atención permanente. No obstante es poco probable que perciba que lo que sucede en realidad es que no tiene permiso para “cambiar de piel”.
 
 
Una actitud frente a la caspa es “mutar”, transformando todas las estructuras que se han quedado pequeñas en nuestra vida. Abandonando las viejas y caducas concepciones que nos legó la parte enferma de nuestro árbol genealógico y aceptando que la vida es cambio.
 
 
Tomado de plano creativo.

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