Solemos dividir el
mundo en una parte que tiene el derecho de existir, y otra, que en el fondo no
debería estar, aunque en realidad está y actúa. A lo primero lo llamamos bueno
o sano, o sanación y paz. A lo otro lo llamamos malo o enfermo, o desgracia y
guerra -y todas las demás expresiones que se suelen emplear-.
Eso tiene que ver
con que llamamos bueno y ventajoso a aquello que nos resulta leve; y a aquello
que resulta grave, lo llamamos fatal o malo. Pero mirándolo más detenidamente,
vemos que la fuerza que hace progresar al mundo se fundamenta en aquello que
nosotros llamamos difícil o malo o grave.
El desafío para lo
nuevo, nace de aquello que preferiríamos eliminar o excluir. Por tanto,
esquivando lo difícil o lo pecaminoso o beligerante, perdemos precisamente
aquello que quisiéramos conservar: nuestra vida, nuestra dignidad, nuestra
libertad, nuestra grandeza.
Sólo quien también
encara las fuerzas oscuras y asiente a ellas, se encuentra unido con sus raíces
y con la fuente de su fuerza. Tales personas son más que buenas o malas: están
en sintonía con algo más grande, con su profundidad y con su fuerza.
Bert Hellinger
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