“El objetivo de un viaje es solo el
inicio de otro viaje”.
José Saramago
No siempre somos conscientes que
cada paso que damos encierra en sí mismo todo el viaje. A veces, emprendemos
una travesía sin darnos cuenta que al avanzar en el camino nos exponemos a
situaciones imprevistas, en las que entramos en contacto con la estructura
de nuestros arquetipos, que se entretejen con las historias de mitos, cuentos
de hadas y leyendas, para relatarnos cómo nos ponemos en marcha hacia el
cumplimiento de la gran tarea: la
búsqueda de nuestro particular tesoro.
¿Alguna vez haz hecho algo
descabellado o riesgoso porque lo que está en juego es muy valioso para ti? Hace
pocos días, emprendí una travesía con unos aventureros amigos. El itinerario
implicaba algunos peligros. Salimos cerca de la medianoche a la playa a celebrar
una ceremonia en el mar, que conmemora una de las fiestas más antiguas de las celebraciones paganas, luego
cristianizada por la iglesia.
Exponerse al fuego siempre brinda una
oportunidad para que la basura de nuestra psique salga a la superficie en busca
de transmutación. Hacer un círculo alrededor de las llamas tiene un enorme
poder de purificación. Cada uno de nosotros eligió un tema difícil que
entregaría al abuelo fuego, para quedar liberado. Según la leyenda, esta noche los espíritus y hadas saldrían para mezclarse con las peronas
que danzaran alrededor de él.
La palabra viaje viene del catalán “viatge”, que
a su vez tiene origen en el vocablo latino “vía”, que significa camino. Viajar
es trasladarse de un lugar a otro por cualquier vía o camino: un carro, un
avión, los pies o la imaginación. Con frecuencia, la vida utiliza la
frustración como maestra del crecimiento. Especialmente en los viajes, los
contratiempos que nos desvían del camino que habíamos elegido, son bendiciones
disfrazadas que se revelan al regresar a casa y colocar la cabeza en la
almohada ¿Te ha pasado alguna vez?
Dice Robert Louis Stevenson que él
nunca viaja para ir a un lugar en particular, sino solo para ir a cualquier
lado, paseando sólo por el placer de peregrinar porque de lo que se trata un
viaje es de movernos. Una
travesía es un viaje con un grado de riesgo y aventura. Poco a poco, lo que
ocurria fue llenándose de sentido para mi, hasta llevarme a un estado de euforía
que contrastaba con las emociones que se habían despertado en algunos de mis
compañeros de viaje.
Lo que nos ocurió aquella noche ha sido descrito
en todas las grandes tradiciones, la literatura antigua, la mitología de
distintos pueblos, y las grandes religiones. Un viaje iniciático se diferencia de uno ordinario por el sentido que le
damos, al valorar el aprendizaje que nos brinda, y asentir a la
transformación que nos llega por vía de él. Muchos personajes nos enseñan lo
que ocurre en este tipo de recorrido:
-Gilgamesh, el héroe de la epopeya
sumeria, que emprende un viaje en busca de la planta que le daría la
inmortalidad.
-Jasón, quien dirigió a los argonautas en la búsqueda del
vellocino de oro.
-Moisés, líder del éxodo de los hebreos de Egipto.
-Eneas,
quien encabezó el exilio después de la caída de Troya.
-Odiseo,
que emprendió un viaje de regreso al hogar, y su familia.
-Marco Polo, Erick el Rojo, y
Cristóbal Colón quienes se lanzaron al mar en busca de tierras desconocidas.
Nos guste o no, todos somos los héroes y las
heroínas de nuestra propia historia. A medida que avanzábamos en la carretera,
surgían las tramas de cada uno: los que se resistían a soltar el control, los
que se preguntaban para qué les estaba ocurriendo esto, los que mostraban su
molestia proyectándola en otros, los que peleaban por el poder, los que se arrepentían
del impulso que les había llevado hasta allí, los que buscaban comprensión para
darle sentido a la experiencia, y los que eran invadidos por el miedo.
¿Acaso no es la misma historia detrás de todas
las historias conocidas, que se ha venido contando hasta el día de hoy en
diferentes idiomas y culturas? ¡Realmente hicimos un recorrido arquetípico! Ese
que relata el viaje del héroe de Joseph Campbell, una vivencia que no ha sido
creada ni inventada por nadie, sino que es un mensaje de sabiduría que procede
directamente del alma. Una parábola del camino que los seres humanos recorremos
a lo largo de nuestra vida.
A lo largo del tiempo, muchos etnólogos,
psicólogos y sociólogos han estudiado este tesoro escondido en los mitos, cuentos
de hadas y leyendas. El psiquiatra suizo Carl Jung fue quien realizó la interpretación más esclarecedora de
este fenómeno, en el que compartimos los temas comunes en todas las tradiciones
de la humanidad.
Llegado un punto de la vida, nos damos cuenta
que ninguna experiencia es individual, toda vivencia es siempre colectiva. Lo
que te pasa, me pasa a mi también, aunque no siempre me de cuenta. A ese universo
interior que compartimos Jung le llamó Inconciente colectivo, y ocurre gracias a
las imágenes arquetípicas que llevamos en el alma.
Tan pronto el héroe se pone en marcha, a lo
largo del camino irá encontrando tanto
adversarios como aliados. Si es receptivo a las señales y a sus
mensajeros, logra hacerse con la fórmula mágica y le dá el frente a su oponente
venciéndolo, aunque frecuentemente en ese proceso saldrá marcado.
Los héroes son
siempre viajeros, es decir, inquietos aventureros. Eduardo Cirlot nos dice. “… desde
el punto de vista espiritual, el viaje no es nunca la mera traslación en el
espacio, sino la tensión de búsqueda y de cambio que determina el movimiento, y
la experiencia que se deriva del mismo. En consecuencia estudiar, investigar,
buscar y vivir intensamente lo nuevo y lo profundo, son modalidades de
peregrinar o, si se quiere, equivalentes espirituales del viaje.
Después de esa
misteriosa noche, muchas cosas maravillosas y distintas han ocurrido en mi
vida. Ahora te escribo desde una nueva aventura con maravillosos compañeros de
recorrido. Jung dice que el viajar es una imagen de aspiración que nace del
anhelo nunca saciado, que en ninguna parte encuentra su objeto.
Viajar es buscar.
Hacer una travesía es involucrarse con pasión en el viaje. Algunos autores,
creen que el objeto del tesoro que buscamos es la madre perdida en algún lugar
de nuestro interior. Por lo tanto, el verdadero viaje no es nunca una huida ni
un sometimiento, sino un camino de evolución hacia el crecimiento y la madurez
emocional.
Cuando este momento llega, reconocemos en cada
movimiento un regalo, porque hemos aprendido que nada esencial se pierde cuando
somos conscientes que debemos pagar un “peaje”; el precio de ir más allá de
nuestros límites. Cualquier viaje tiene dos grandes momentos:
I. La partida: en la que salimos de la
rutina que impone la vida cotidiana, para
abrirnos a explorar el territorio, en el que podemos ubicar las fuentes de
nuestro poder.
II. El regreso: en el que volvemos a la vida diaria con el conocimiento que hemos ganado
en las profundidades de nuestra alma, lo ponemos a disposición de nuestro propósito,
de nuestros semejantes y de la sociedad.
No hay manera de evitar la travesía del héroe.
Si no tenemos el valor para movernos, ella nos encuentra en forma de tragedia,
acontecimientos difíciles y dolorosos que tienen el cometido de despertarnos. Carol Pearson dice que cuando no nos
arriesgamos por actuar los roles
socialmente prescriptos, en vez de emprender el propio viaje, experimentamos una
especie de vaciamiento interior.
Según ella, cuando las
personas han sido desalentadas de vencer el miedo para atacar dragones,
internalizan la necesidad reprimida y se atacan a sí mismas, declarando la
guerra a cualquier atributo que consideren desagradable de sus vidas, o
se enferman y tienen que luchar para reponerse. Entonces, el antihéroe remplaza
al héroe.
Estoy muy orgullosa
de mi misma por lanzarme a esta descabelllada aventura, que me mostró con
claridad lo que necesitaba para salir del estancamiento y la alienación que me
impedía manifestar mi deseo. Al mismo tiempo, agradezco profundamente a la
gente que me acompañó, sirviendo de espejo para ver mi sombra. Sé que grandes
cosas están en camino para todos, ¡y yo sólo espero lo mejor!
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