Al igual que sucede con nuestra casa, en nuestro interior
tenemos un espacio inconsciente que funciona similar al cuarto de los regueros,
o habitación de trasteros. A él a va a parar todo aquello que no entendemos,
amamos o aceptamos de nosotros mismos, o lo que por doloroso o difícil “dejamos
para más adelante”. Allí están las cosas que tienen que ver con el pasado, especialmente
lo que consideramos negativo.
Lejos de esconderlo (de los demás o de nosotros mismos),
deberíamos iluminarlo, ya que el inconsciente es un poderoso aliado, deseoso de
colaborar con nuestro propósito. Una de las puertas para acceder a él, es a
través de nuestros sueños, aunque también hay otras.
Alejandro Jodorowsky habla de un inconsciente
individual, personal. Por debajo del mismo dice que está el inconsciente
familiar, el que nos conecta con nuestro árbol genealógico. Más allá podemos
encontrar el inconsciente colectivo, del que hablaba Jung, y que nos interconecta
a todos.
Si en nuestra casa integramos los espacios conscientes
y los inconscientes, si utilizamos nuestros dos hemisferios cerebrales,
accederemos a una vida más completa. La intuición y la razón no son enemigos
sino aliados complementarios. O en palabras de Jung: “Cuanto más aptos
somos para hacer consciente lo inconsciente, más grande es la cantidad de vida
que integramos”.
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