Nuestra
madre es nuestro primer modelo femenino y es además el más poderoso. Aprendemos
de nuestras madres qué significa ser mujer, a conocer nuestros cuerpos y a
cuidar de ellos. Los mensajes que recibimos de ella sobre nuestro cuerpo, ya
sean positivos o negativos, nos definen y afectan nuestra salud a futuro.
Sólo
cuando comprendemos el verdadero impacto del efecto que la relación con
nuestras madres tiene en nosotros, podemos comenzar a sanar y cambiar nuestro
camino.
No existe otra experiencia de nuestra infancia más importante que la
relación con nuestras madres.
Criar a un hijo física y emocionalmente sano es
una de las tareas más difíciles que hay en la tierra. Requiere madurez, altruismo,
pérdida de independencia y control y pérdida de la libertad que tanto han
buscado las mujeres en la historia. No existe ninguna madre que esté diseñada
para que su único rol sea el de cuidar de sus hijos sin recibir apoyo por su
propio bienestar y su desarrollo personal.
Es esencial que la energía que
utilizamos para nutrir a nuestros hijos sea repuesta con energía interna y
externa dirigida al cuidado y desarrollo personal. Sin embargo, social y
culturalmente las mujeres nos hemos visto enfrentadas a la maternidad sin
elección y sin apoyo y sentimos que no podemos ni debemos pedir ayuda.
Sin
embargo, cuando nuestra energía se agota, surgen las crisis familiares, las
carencias afectivas, la ansiedad, la depresión y hasta la violencia. Empezamos
a enfermar pues es la única manera socialmente aceptable en que las mujeres
reciben apoyo y cuidado.
Sin embargo, es posible comenzar a sanar y a cambiar
la manera como nos enfrentamos a la maternidad y a la vida. En el momento en
que una mujer decide que es valiosa y que tiene derecho a recibir amor y
cuidado, la situación comienza a cambiar.
La única manera de enseñar a nuestros
hijos como reconocer sus propias necesidades y cuidar de sí mismos es
haciéndolo nosotras.
Christiane
Northrup; "Sabiduría madre-hija"
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