lunes, 20 de septiembre de 2010

Reflexionando sobre el otoño…



La palabra otoño designa a una de las cuatro estaciones del año que se sucede entre el verano y el invierno y por supuesto, de acuerdo a la parte del hemisferio en el cual se esté, esta estación presentará variaciones en su inicio. Generalmente, en el hemisferio norte comienza el 21 de Septiembre y finaliza el 21 de Diciembre y por su lado, en el hemisferio sur se extiende desde el 21 de Marzo al 21 de Junio.

Una de las características de esta estación es el descenso gradual de las temperaturas comienzan a descender, los días empiezan a acortarse, las hojas de los árboles empiezan a a cambiar sus colores, desde el amarillo hacia un color café que anuncia su deshidratación y desprendimiento de los árboles -ayudadas por el viento- hasta que finalmente se entregan en Madre Tierra para servir de abono al árbol.

Este ejemplo de renuncia, desprendimiento y entrega que nos muestra la Naturaleza, es un modelo de preparación para cerrar el ciclo con la última y más dura estación del año: el invierno. Los animales que aún están sintonizados con los ritmos de la Madre, se preparan para hibernar, comiendo y guardando en sus “hogares” grandes cantidades de alimentos para enfrentar los tiempos de disminución.

Muchas personas desconectadas de su propio cuerpo, ignoran la invitación que éste les hace, por lo que el otoño suele disparar sentimientos de nostalgia, pérdida, tristeza y melancolía, que alcanza el climax con la llegada de la Navidad.




Los atardeceres del otoño nos recuerdan lo difícil que se hace a veces reconocer la necesidad de la muerte para que algo nuevo tenga la posibilidad de nacer con la primavera. A veces tardamos años en alcanzar esta comprensión para llegar a concluir: ¡Eso fue lo mejor que me ocurrió!

El cantante country Garth Brooks mostró el fruto que nos trae la madurez del otoño al decir: “Algunos de los mejores regalos de Dios consisten en no darnos lo que le pedimos”.

El otoño nos muestra la pérdida como un (a) amante amoroso (a) y amable, que se ofrece a reflejarnos que es necesario pasar por momentos de soledad, pérdida y duelo para valorar y amar lo que tenemos, incluida la vida que aún nos acompaña. Con frecuencia la búsqueda de lo perdido nos lleva a encontrar lo que habíamos olvidado. Otra cosa que suele pasar es que descubrimos que algo falta bastante tiempo después de que ha desaparecido.

Las pérdidas nos hacen diferenciar entre la necesidad y el deseo. Lo curioso es que superamos más fácilmente las grandes pérdidas (muertes, divorcios, enfermedades), que las pequeñas pérdidas (una llamada, la agenda, una cita, las llaves), y es que las grandes pérdidas nos zarandean de tal modo que nos obligan a reaccionar, en cambio, las pequeñas pérdidas nos torturan emocional y psíquicamente disparando nuestros mecanismos de defensas, en especial la resistencia y la negación.

El desprendimiento es un arte como lo muestra uno de los personajes de Charles Dickens que para decidir si algo había sido perjudicial lo proyectaba en un siglo haciéndose la pregunta: ¿Esto que me está pasando tendrá importancia dentro de 100 años? Si la respuesta era una negación dejaba de pensar en eso a menos que no fuera para tomar acción.

Desde el principio de los tiempos la Vida se ha sostenido en los movimientos de Nacimiento-Muerte-Nacimiento. Si la hoja se entrega a la Tierra y abona los nuevos árboles, sigue con vida en ellos. Por tanto, las auténticas pérdidas de la vida son: despertar sin pasión y descansar sin agradecimiento.

Este método me ha dado muy buenos resultados profesional y personalmente. Poco a poco dejamos de reaccionar a los eventos, para responder frente a ellos. Todos los días algo se pierde…todo los días algo o alguien muere…sin embargo, la Vida sigue con tus pérdidas o sin ellas.

Karina Pereyra.
Psicoterapeuta.

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