jueves, 11 de noviembre de 2010

Hacia el centro de uno mismo.


El hombre al alejarse del centro, del seno de Dios, se vuelve mate, pesado y ahora para encontrar su pureza y su luz, debe volver al centro.

Cuando nos alejamos más del centro más sometidos estamos a las fuerzas desordenadas, caóticas y poco a poco perdemos nuestro equilibrio y nuestra paz.

Al contrario, cuanto más nos aproximamos al centro, el movimiento cambia y sientes la calma, la alegría, la expansión del alma.

Cuanto más nos acercamos al Sol con nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro pensamiento, nuestro corazón y nuestra voluntad, más nos acercamos al centro que es Dios.

En el plano físico, el Sol es símbolo de la Divinidad, su representación visible y tangible.

Todos esos nombres abstractos y alegados de nosotros que se dan al Señor: Fuente de vida, Creador del cielo y de la tierra, Causa primera, Dios Todo Poderoso, Alma Universal, Inteligencia Cósmica.....pueden resumirse en esa idea del Sol, tan concreta y próxima a nosotros.

Podemos considerar al Sol como el resumen, la síntesis de todas estas ideas sublimes y abstractas que nos rebasan.

En el plano físico, en la materia, el Sol es la puerta, el lazo, el médium gracias al cual podemos alcanzar al Señor.

En el hombre también se encuentran la Tierra y el Sol. La Tierra es el vientre, los instintos, y el Sol es el cerebro, la inteligencia.

Los pensamientos y los sentimientos, son fuerzas que ponen en marcha ciertos resortes que actúan a su vez sobre el organismo, las glándulas endocrinas, el sistema nervioso etc... y según sus cualidades, estos pensamientos y sentimientos producen la armonía o el desorden.

Los humanos han descendido al vientre, solo miran a través del vientre, es decir a través de la vida material. Todo lo demás para ellos no tiene la menor importancia. Por eso, con cuantas dificultades se encuentra el que intenta conducirles hacia el otro centro: la cabeza, la inteligencia y la luz.

Omraam Mikhael Aivanhov

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