martes, 31 de mayo de 2011

La relación de pareja siempre se trata de la relación con nosotros mismos.

«Amar a otra persona es ver la faz de Dios».
Letras de una canción de la obra teatral Los miserables.

Antes de conocer a las constelaciones familiares, tomé muchos talleres, seminarios, cursos, leí libros, hice terapias, y busqué en diversas fuentes que me ayudaron a avanzar de diferentes maneras. Sin embargo, pasado un tiempo volvía a sentir en mis relaciones decepción, impotencia, tristeza, desesperanza, rabia y frustración. Por mucho que avanzaba, llegaba siempre a un callejón sin salida.

Las CF me mostraron un camino terapéutico, que al transitarlo me ha fortalecido y empoderado para sostener y disfrutar las relaciones, al tiempo que me voy reconociendo más completa cada vez. La felicidad en las relaciones no es ni una persona ni una condición ni un estado, sino más bien «la conciencia de la perfecta unicidad».

Ver la inocencia y el amor detrás de las máscaras que todos usamos, es ver el rostro de Dios, y si somos capaces de entregar el corazón y amamos, logramos tener una experiencia con el amor Grande. Encontramos lo divino de nuestra condición humana y nos sentimos completos.

En todo momento en cada relación enseñamos una de dos cosas: a amar o a temer. Hay una máxima en educación que reza: «Enseñar es demostrar», por tanto, cuando demostramos amor hacia los otros, aprendemos que somos dignos de amor y aprendemos a amar con mayor profundidad.

En cambio, cuando demostramos temor o negatividad, aprendemos a rechazarnos y a tener miedo de la vida. «Las ideas no abandonan su fuente». Siempre aprenderemos lo que hemos decidido enseñar.

Si elijo bendecir a otra persona en nuestros encuentros, terminaré sintiéndome más bienaventurada que antes de estar juntos. Si proyecto culpa sobre otra persona, terminaré sintiéndome siempre más culpable.

Las relaciones existen para acortar nuestro camino de retorno a Dios. Cuando nos entregamos al obrar del Espíritu, cada encuentro se convierte en un encuentro sagrado. Las personas con las que nos encontremos serán quienes nos crucifiquen o nos salven, dependiendo de lo que nosotros decidamos ser con ellas: personas que creen en el amor, o personas que tienen miedo del amor.

Poner la mirada en la culpa, juicio, miedo o crítica del otro, clava en nuestra propia carne los clavos del desprecio hacia nosotros mismos. Mirar su inocencia nos libera. Cada relación nos adentra más en el Cielo o nos sume más profundamente en el infierno, ya que «No existen los pensamientos neutros».

Cuando nos encontramos con alguien vivimos un momento santo. Tal como consideremos al otro, así nos consideraremos a nosotros mismos. Tal como lo tratemos, así nos trataremos a nosotros. Tal como pensemos del otro, así pensaremos de nosotros. En nuestros semejantes o bien nos encontramos o bien nos perdemos a nosotros mismos.

Karina Pereyra.
Consteladora Familiar.
















No hay comentarios:

Publicar un comentario