lunes, 30 de septiembre de 2013

Una cita impostergable.


Ella no estaba acostumbrada a paladear las alegrías
de la soledad más que en compañía.
Edith Wharton.

Siempre he creído que los casos que llegan a consulta son reflejos del trabajo personal que hice, o que estoy haciendo. Esta semana, una amiga llegó agobiada por la tristeza y el vacío. Dentro de unos dias, su única hija irá a Europa a realizar sus estudios de post-grado, y ella quedará finalmente sola.

El filósofo alemán Friedrich Nietzsche escribió: “La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar". Osho decía que cuando el amor es profundo nos hace conscientes de la soledad, y no de la compañía. Paradójicamente, si algo es profundo nos aleja de la periferia de nuestro ser para conducirnos a nuestro centro.

El centro es el único lugar donde podemos experimentar un auténtico gozo. Esto es posible porque para regresar al centro es necesario renunciar a todo. Cualquier cosa, situación o persona que odiemos o que amemos tendrá el dominio sobre nosotros, y para llegar al centro es necesario ser libres.

El año pasado, mi hija menor salió de casa para seguir sus sueños en otra nación. Aunque me siento muy afortunada por contar siempre con un valioso tiempo de soledad, comprendía sus angustias: ¿Qué sentido tiene regresar de una extenuante jornada de trabajo para no tener con quien hablar?  ¿Con quién compartiré el postre recién hecho? ¿A quién daré los buenos dias cada mañana? ¿Cómo sobreviviré a los largos fines de semana sin trabajar? eran algunas de sus interrogantes.

Podemos hacernos ilusiones de estar acompañados para ahogar nuestros miedos en el otro, pero la única realidad es que después de cada vivencia profunda nos quedamos solos. La tristeza o el miedo de dejar a otros es una razón importante, por la que mucha gente evita las experiencias que son trascendentes.

Claro que mi amiga es una buena madre que desea lo mejor para su hija. Podía ver la confusión y la culpa en su mirada cuando compartía conmigo sus sentimientos. ¿Cómo podemos bendecir al hijo para que se vaya, y al mismo tiempo darle un espacio a nuestro pesar? Después de darnos con avidez a algo o a alguien, nos embriaga la tristeza. Lo saben los amantes que se entregan completamente en un orgasmo, el público que ha escuchado con deleite la magistral interpretación de un artista, la persona que se ha rendido al espectáculo brindado en un amanecer, y el lector que ha nutrido su alma con las inspiradas palabras de una obra.

Muchas personas eligen no entregarse, no ir a los conciertos, no levantarse a ver el amanecer, no asistir a conferencias, no leer poesía, no admirar la belleza, no ir a un taller, no orar, no meditar, para evitar todo lo que amenace con ser muy profundo. De este modo, el precio que pagamos por evitar la tristeza que precede a la soledad, es sentirnos sofocados por la compañía. Cuando estás solo, eres rico -decía Osho-, cuando te sientes solo eres pobre.

Ama tu soledad -recomendaba Rilke- y soporta el sufrimiento que te causa. El encuentro con nosotros mismos en una cita impostergable, que en su forma más tardía se cumplirá con la muerte. Katherine Sharp dijo: En cierto momento de tu vida harás un viaje. Será el viaje más largo que has emprendido jamás. Es un viaje para encontrarte contigo misma. La conversación con mi amiga, hizo que me viera a mí misma ¿Qué hice cuando me quedé sola en casa?:

  • Dejé que la gratitud alimentara mi alma. Cada día escribía 3 cosas de las que estoy agradecida.
  • Escribí notas, y tomé frases prestadas, que guiaran el viaje a mi interior.
  • Cada mañana, me dediqué 15 minutos en los que escuchaba a mi yo auténtico. Tomaba notas de mi dialogo interno, y luego las revisaba.
  • Abrí una página en pinterest para llevar un diario personal de descubrimientos ilustrado.
  • Cada semana, elegía una deliciosa receta, la preparaba, y me enviaba a mí misma una invitación para una comida intima.
  • Inicié unas clases de Djembé (tambor africano) para liberar los bloqueos inconscientes.
  • Disminuí el ritmo de trabajo, y me dediqué a acompañarme.


Por Karina Pereyra.
Publicado el lunes 30 de septiembre en el periódico Hoy.

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