domingo, 16 de octubre de 2011

Todos somos hijos de la Tierra.



Hace más de cinco siglos, nuestros ancestros europeos llegaron a estas tierras de América con la creencia de que su cultura, idioma, religión y forma de vida era mejor que la encontrada en nuestros antepasados indígenas.

Los conquistadores no solo tomaban el territorio, junto a la gente que lo habitaba y las riquezas que tenían ambos, pero también tomaban sus almas para entregárselas al Dios de sus creencias. Durante más de quinientos años, nuestra Madre Tierra fue testigo de cómo nacía y crecía la modernidad, al tiempo que decrecía la conexión física y espiritual de sus hijos con ella por lucir primitiva y vieja.

Hoy día, cada vez más personas reconocen que las grandes enfermedades físicas y espirituales que nos afectan son la consecuencia de la ruptura en la relación con la madre, con la tierra. Esta tarde, en el cierre del workshop de Bert y Sophie Hellinger “En sintonía con la sabiduría de la tierra: conexiones profundas con nuestras raíces”, Sophie compartió que Tatacachora, el nahual que Carlos Castaneda nombra en sus libros como Don Juan dice: “Quien no es capaz de hablar con un árbol esta perdido”, solo pude sentir agradecimiento por todo lo que me ha sido brindado.

Muchas de las más grandes experiencias espirituales que he tenido, se remontan a un tiempo donde mi alma estaba muy confundida y triste. Una de ellas tuvo lugar en el parque mirador del sur en Santo Domingo, cuando en el marco de un curso de sanación el facilitador nos dio la instrucción de buscar un árbol y esperar a ver qué pasaba…Ese día escuche por primera vez la voz del hermano árbol, y lo vivido marcó mi relación con la vida…jamás ha sido igual desde aquel día…
En estos días en México he podido sentir las heridas de su gente en mi propio corazón, al tiempo que viejos dolores ancestrales salían a la luz para ser sanados. En un encuentro de actualización terapéutica que impartí en el D.F. una de las participantes me dijo que tenía deseos de irse pero con todo y cuerpo.


Su dolor tan profundo y ancestral trajo a mi memoria un caso en el que participé como co-terapeuta en una regresión, y una mujer dominicana muy depresiva casada con un hombre español mayor que ella que había intentado el suicidio en once ocasiones, revivió una experiencia de suicidio colectivo en la época de la colonia.

Fue entonces cuando supe que muchas indígenas de Quisqueya al ver como esclavizaban o mataban a sus hombres los conquistadores, y saber que la suerte que les esperaba era de humillación, violación y muerte en dosis pequeñas, aceleraban su destino tirándose a las aguas de los ríos junto a otras mujeres.

Esa noche al regresar al hotel, pasaban un documental sobre la conquista de México y supe que aquí también ocurrieron suicidios colectivos, solo que México era (y es) una tierra muy extensa, con geografía muy variada y tenía una gran cantidad de población nativa, por lo que a pesar de lo brutal de la conquista, aun conservan sangre indígena.

En cambio, en la Hispaniola los indígenas eran pocos, mansos, y no tuvieron lugar a donde escapar, por lo que la esclavitud se dio principalmente a través de la raza negra traída de África, quienes al igual que los indígena tenían una relación muy especial con madre Tierra.

Dicen los indios navajos que lo que es, es. Así que Hispanoamérica es el resultado de la modernidad y racionalidad europea, y de la intuitiva sensibilidad y conexión ancestral de indígenas y africanos. La sanación implica la reconciliación con nuestras raíces, el reconocimiento de nuestros orígenes y el rescate de la herencia no vista de nuestros antepasados.

Un chamán me dijo: “cada uno de nosotros debe sentirse agradecido de ser quien es y quiere ser, y asumir sus desafíos y obstáculos como se asumen y aceptan las salidas y puestas de sol, solo entonces se experimentará a sí mismo como hijo de la Tierra”.

El reconocimiento de esta realidad nos hace a todos iguales en valor sin fronteras de idiomas, credos, razas, nacionalidades, culturas, nivel social o académico. Todos esenciales. Iguales y a la vez diferentes, pues como dijo un nahual: ¿Que ola es más importante en el océano? ¿La grande o la pequeña? Para el mar todas sus olas son iguales y todas pertenecen. Y es que sin la ola el mar no existe”.

Karina Pereyra.
Ciudad México.

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