sábado, 23 de noviembre de 2013

El bendito silencio me permite sentir la vida.


En este momento de la noche 
en que los ruidos del cotidiano se extinguen,
La gente se retira a buscar sus sueños,
 tratando de cerrar el caparazón,
Ahora siento el océano mucho mejor.
Todo está tan cerca, mis dedos extendidos lo acarician,
un poco más adelante, 
los recuerdos que me sonríen desde las estanterías,
junto con sus compañeros los libros,
siento un poco más allá, al otro lado de la ventana, los olivos,
luego acaricio el sendero que señala la majestuosa montaña,
y me impregna el tacto intemporal de sus agujas de piedra,
en su rol de guardianes de la noche.
El silencio se hace tangible, suave, envolvente, perfumado;
quiere recordarme el mar, al otro lado de la montaña, 
mi compañero el Mediterráneo.
Sentir la vida.
Mi piel se esponja para absorber este pedazo de universo,
Levanto las manos y el cuerpo para tocarlo mejor,
el océano es parte de mí y yo de él.
Pequeños espacios del aire se confunden con mi aliento,
el universo y yo somos una misma cosa, junto con todas las cosas
¿Soledad? ¿Qué es eso, niña?
Te esfuerzas por explicármelo,
Pero jamás he sentido nada tan atroz.
Bueno, déjalo, jamás lo entenderé, perdemos el tiempo.
Aléjate de eso, céntrate en sentirte y sentir a tu alrededor.
¿Ves? Es fácil. Inspiras un poco, no hace falta que cierres los ojos,
la sensación es poderosa,
Siente tu piel, adelanta tus dedos hacia El. 
Sí, eso es, hacia cualquier parte del aire.
Es el océano donde todo existe.
¿Notas cuánta gente somos?
Eso es, fluye; estás con todos los seres humanos, y te sonríen, 
te reconocen. ¿Ya te sientes mejor?
¿Te das cuenta, niña? Ya no volverás a sentirte sola.
El infinito...Todas las cosas están llenas del océano,
Mis dedos, esa lámpara,
 esas pequeñas cruces celtas sobre la mesa,
El cristal de la ventana que se hace aire para unirse 
al festival de los sentidos de la vida.
El campo, los senderos y la majestuosa Montserrat,
Cuyas agujas inconfundibles se distinguen 
en las luces del cielo de la noche,
Saludándonos con sus yelmos de guerreros del mundo antiguo.
Ya estás mejor, niña?
Fíjate, ese trozo de aire que se ha desprendido del techo 
y ha bajado a saludarte con una caricia, 
¿lo sientes? Nos amaremos otra vez,
Aunque no es necesario tocarme para sentirme.
Siempre estoy aquí, como el océano impregnado de estrellas,
De galaxias, de olivos, de caminos, 
de recuerdos siempre presentes.

Juan Trigo

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