En un lejano paraje de sol y de paz, se hallaba un
escritor de nombre Cronom que vivía junto a un pequeño poblado de pescadores.
Su vida era tranquila y de todos era conocido que gozaba del respeto y la
estima de las personas que lo conocían.
Cronom, amante de los silencios y de la contemplación
de la naturaleza, todas las mañanas solía caminar al alba por la orilla del
mar, observando el disco solar que pleno de vida y fuerza le enviaba las más
bellas inspiraciones.
Sucedió que un día, aparentemente como todos,
encontrándose paseando por aquella desierta playa, de pronto, divisó a una
joven que, por sus movimientos, parecía estar bailando sobre la orilla.
Poco a poco, conforme se fue acercando, comprobó que
se trataba de una hermosa muchacha que recogía las estrellas de mar que hallaba
en la arena y, las devolvía al Océano con gracia y ligereza.
"¿Por qué hace eso?" Preguntó el escritor un
tanto intrigado.
"¿No se da usted cuenta?" Replicó la joven.
"Con este sol de verano, si las estrellas se quedan aquí en la playa, se
secarán y morirán."
El escritor no pudiendo reprimir una sonrisa,
contestó: "Joven, existen miles de kilómetros de costa y centenares de
miles de estrellas de mar... ¿Qué consigue con eso? Usted sólo devuelve unas
pocas al océano".
La joven tomando otra estrella en su mano y mirándola
fijamente, dijo:
"Tal vez, pero para ésta ya he conseguido
algo..." y la lanzó al mar. Al instante le dedicó una amplia sonrisa y
siguió su camino.
Aquella noche, el escritor no pudo dormir...
Finalmente cuando llegó el alba, salió de su casa, buscó a la joven a lo largo
de aquella playa dorada, se reunió con ella y, sin decir palabra, comenzó a recoger estrellas y devolverlas al mar.
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