“Amaranta (...) creyó que la había picado
un alacrán.
-¡Dónde está! -preguntó alarmada.
-¿Qué?
-¡El animal! -aclaró Amaranta.
Úrsula se puso un dedo en el corazón
-Aquí-dijo”.
Cien años de soledad
“Yo creo que todavía no es demasiado tarde
para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”.
La mala hora
“Le rogó a Dios que le concediera al menos
un instante para que él no se fuera sin saber cuánto lo había querido por
encima de las dudas de ambos, y sintió un apremio irresistible de empezar la
vida con él otra vez desde el principio para decirse todo lo que se les quedó
sin decir, y volver a hacer bien cualquier cosa que hubieran hecho mal en el
pasado”.
El otoño del patriarca.
“El
oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más
se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde
no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página”.
El amor en los tiempos del cólera.
“Pues bien: todo eso es cierto, pero
circunstancial”, dijo, “porque todo lo he hecho con la sola mira de que este continente
sea un país independiente y único, y en eso no he tenido ni una contradicción
ni una sola duda”. Y concluyó en caribe puro: “¡Lo demás son pingadas!”.
El General en su laberinto.
“La vida no es la que uno vivió sino la
que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Vivir para contarla.
“El día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo”.
Cómo comencé a escribir, en Yo no vine a
decir un discurso, recopilación de discursos del Nobel, 2010.
“Su nerviosismo era manifiesto cuando el
profesor Gyllensten habló en sueco antes de volverse al colombiano costeño que se
puso en pie y miró ante el mundo entero con los mismos ojos relucientes de
aquel desventurado muchacho del colegio San José de Barranquilla (...)”.
Gerald Martin, en el libro Gabriel García
Márquez, una vida.
“Desde antes de que empezara la matanza
política ella pasaba las lúgubres mañanas de octubre frente a la ventana de su
cuarto, compadeciendo a los muertos y pensando que si Dios no hubiera
descansado el domingo habría tenido tiempo de terminar el mundo”.
La soledad de América Latina. Discurso de
aceptación del Nobel.
“... Se tendieron en la cama, uno al lado
del otro, y compartieron sus rencores, mientras el mundo se apagaba y solo iba
quedando el cositeo del comején en el artesonado”.
Del amor y otros demonios.
“Pero nunca se sintió bien entre los ricos.
Solía pensar en ellos, en sus mujeres feas y conflictivas, en sus tremendas
operaciones quirúrgicas, y experimentaba siempre un sentimiento de piedad”. La
prodigiosa tarde de Baltazar.
Los Funerales de Mama Grande.
“De pronto notó que se le había derrumbado
su belleza, que llegó a dolerle físicamente como un tumor o como un cáncer.
Todavía recordaba el peso de ese privilegio que llevó sobre su cuerpo durante
la adolescencia y que ahora había dejado caer (...)”.
Cuento Eva está dentro de su gato.
“La novela es como el matrimonio: se lo
puede ir arreglando todos los días, y el cuento es como el amor: si no sirvió,
no sirvió”.
Gabriel García Márquez, una vida, de
Gerald Martin.
“El periodismo es una pasión insaciable
que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la
realidad”.
El mejor oficio del mundo, discurso ante
la asamblea número 52 de la SIP.
“El coronel necesitó setenta y cinco años
-los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese
instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
-Mierda”.
Final de El coronel no tiene quien le
escriba.
“Uno no es de ninguna parte mientras no tenga
un muerto bajo la tierra”.
Cien años de soledad.
“Era lo último que iba quedando de un pasado
cuyo aniquilamiento no se consumaba, porque seguía aniquilándose
indefinidamente, consumiéndose dentro de sí mismo, acabándose a cada minuto,
pero sin acabar de acabarse jamás”.
Cien años de soledad.
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