Un psicomago debe
tratar a su consultante con ternura y compasión, sin nunca criticarlo y,
desprendiéndose del interés hacia sí mismo, escucharlo con todo su ser. A esta
actitud la llamo “ir por el camino de la bondad”. Su tono de voz debe ser
delicada, tal como se habla a un niño sensible. También sus gestos deben
carecer por completo de brusquedad… Sin embargo, a veces, en lugar de
extenderse analizando el árbol genealógico del consultante, lo que puede durar
algunas horas, al ver que el consultante está encerrado en la cárcel de su ego,
con el intelecto transformado en cáscara defensiva, el psicomago puede
proponerle un acto desmesurado que, metafóricamente, sería como darle un
martillazo a una nuez. El consultante puede sentirse incapaz de realizar lo que
le proponen, quizás no lo hará nunca, sin embargo el acto se grabará en su
memoria y al cabo de cierto tiempo producirá un cambio benéfico.
Alejandro
Jodorowsky
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