Las primeras relaciones
humanas se establecen en pareja. Una de las interacciones más intensas es sin
duda la de una madre y su cría, luego se trasladará a la relación con los
padres, donde padre y madre forman una unidad, la familia. Durante mucho tiempo,
para los niños las relaciones son básicamente circulares. Cada vez que se introduce
un nuevo estímulo, un amigo o un juguete, crea una dinámica circular con él. Comprender
esto nos permite ver el sentido y valor de la repetición para los niños, dando
vueltas y vueltas hasta que logran comprender.
Al principio, como
reflejo de nuestra identificación con la madre, nos sentimos muy bien en el
círculo. La presión que se ejerce desde el exterior para abrirlo, supone
generalmente una violencia, una tensión molesta. El círculo se abrirá por si
mismo cuando sea capaz de hacerlo sin peligro, tal como lo hace el huevo.
Las parejas (novios,
colegas, amigos, etc) son circulares y compactas. Esta forma cerrada asegura la
intimidad. Las formas impares son más abiertas. Si llegamos solos a una reunión
seguramente buscaremos a alguien con quien hablar, tal vez intercambiamos
contacto y hacemos un amigo. Si llegamos acompañados lo más probable es que no hagamos ninguna relación, es
posible que no hablemos con nadie fuera de nuestra pareja.
La pareja, precisa de
una tensión hacia el centro para mantener su circularidad, por eso le cuesta
más abrirse. Lo natural es ir creciendo superponiendo círculo sobre círculo, como
el tronco de un árbol. Así vamos ensanchando nuestro mundo para introducir
nuevos estímulos sin perder la estabilidad interna. A los niños pequeños les
cuesta jugar con otros niños, usar todos sus juguetes, o vestir todas las
prendas de ropa.
Es parte de su
crecimiento querer usar los mismos zapatos, pedir que le lean el mismo cuento
por decimo quinta vez y gustar de los mismos lugares. Cuando un niño le da
valor a algo empieza la circularidad y continúa en ella hasta que de alguna manera
la completa. El círculo es centrípeto e inmovilista, hasta que no da la vuelta
completa no pueden abrirse a una vuelta nueva.
En el triangulo pueden
integrarse múltiples asimetrías, al facilitar la irregularidad, en esta forma se
introduce la libertad de elegir cómo y dónde colocarse, abriendo el círculo
inicial hacía la variabilidad. En el contexto de las relaciones, vemos la
necesidad del niño de querer y ser querido por igual, tanto por papá como por
mamá. Lastimosamente, los adultos ven como una diversión el forzarlo a que tome
una decisión de a quien el niño quiere mas.
El pequeño empieza a
decir “a ti”, dependiendo con quien este. Su lealtad y su amor quedan de esta
forma divididos con graves consecuencias para sus vínculos futuros. Tomar
“bando” es una manera de mostrar nuestra buena conciencia y de este modo
quedamos atrapados en embrollos infantiles. La dinámica se activa especialmente
en las situaciones de enfrentamiento, desacuerdo o injusticia.
Al tomar parte por uno
de los involucrados en el conflicto en perjuicio de otro, recreamos la dinámica
con uno de los padres, intentando establecer a través de la alianza (círculo)
un espacio seguro. Buscando evitar el triángulo, lo perpetuamos. El movimiento
de maduración va del interior hacia afuera, del yo hacia el mundo, de la
familia a los otros.
Generalmente, los
procesos emocionales de los niños nos disparan nuestras propias represiones y
conflictos. Cuando hay temas que no tocamos con ellos, inconscientemente les
creamos la idea de que lo que va alrededor de ese tema es extraño. Si nadie
habla quizá ese asunto no es bueno ni normal. El niño se puede ver atrapado en
la culpabilidad escondida y silenciosa de lo secreto y oculto. La gente no
habla de lo que no existe.
Extraido de la charla del mes en Thesaurus por Karina Pereyra.
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