domingo, 10 de junio de 2012


Vivo en mi actual apartamento desde hace casi tres años, y hasta hace unos días no conocía nada de ninguno de mis vecinos, ni siquiera sus nombres. Estoy convencida que cada cosa que ocurre trae una (o varias) bendición (es) escondida (s). Luego de estar en amenaza de robo durante varios días consecutivos, mis vecinos convocaron a una reunión para tomar mayores medidas de seguridad.
Así, conocí a una encantadora joven pareja y su pequeño hijo, quienes fueron los amables anfitriones del encuentro, a un gentil general retirado con su dulce esposa, quienes asistieron para interesarse por mi, a pesar de que ella está convaleciente de una delicada operación en la que le extirparon un tumor cerebral. Un caballeroso coronel me reconfortó diciéndome que podía dormir tranquila, que él haría vigilia hasta que solucionáramos el problema. Un inquieto joven que vive solo aportó inteligentes ideas sobre seguridad y nuevas tecnologias, y finalmente hablé con mi vecina de piso a quien nunca habia visto y conocí un poco de su vida.
Luego del divorcio de mis padres, mi madre y yo nos mudamos solas. En numerosas ocasiones la escuché decir: “El familiar más cercano que tenemos es el vecino”. Cuando me divorcié y me quedé a cargo de mis tres hijos, mis vecinos fueron un soporte importantísimo para mi familia. Los entrañables recuerdos compartidos sostienen nuestra amistad aun hoy día.
No sé qué pasó cuando mis hijos se independizaron que me hizo creer que era auto-suficiente, independiente y libre. Separarme de mis vecinos fue tan solo uno de los altos precios que pagué por mi nueva vida, en la que inicié un transitar desde lo masculino. Es así, como he podido darle al hecho de sentirme amenazada, un sentido más allá del aumento de la criminalidad y la delincuencia en mi ciudad. Puedo escuchar el llamado de la vida: “La sanación viene por lo femenino”.
Cuidarnos y cuidar a otros es una de las más hermosas cualidades de lo femenino. Lejos de sentirme amenazada, ahora puedo decir que me he re-encontrado. Estoy más cerca de la Karina inocente que sabe con certeza que necesita a los demás para hacer lo que tiene que hacer, y he empezado a poner en su lugar a la Karina fría y distante que alguna vez pensó que lo podía hacer sola.
Como dijo alguna vez Louise L. Hay: “La vida te trata tal y como tú te tratas a ti mismo”.
Karina Pereyra.

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