El
dinero es fuerza, produce algo…de él surge algo, por ejemplo una prestación que
será retribuida. De esta forma, el dinero circula en un circuito de prestación
y remuneración, de nuevas prestaciones y nuevas remuneraciones. En este
circuito, ambas crecen, la prestación y la remuneración. Más alta es la
prestación, más potente es el dinero resultante que se corresponde con ella.
Sin
embargo, si el dinero es menos que la prestación que retribuye, conservará su
valor pero tendrá poca fuerza. Si es más que la prestación producida por él,
igualmente pierde su fuerza.
De esta
forma, quiere mostrar que desea marcharse, que no quiere ni puede quedarse. Lo
mismo se aplica cuando atesoramos el dinero en lugar de producir algo o de financiar
una prestación con el. Cuando el dinero esta desvinculado de cualquier
rendimiento que pudiera servir nuestra vida o la de otros, se quedan las cifras
sin valor real.
Solo recuperan
su valía cuando vuelven a producir más que sólo cifras, cuando pueden producir
una prestación que le exige un esfuerzo personal a su propietario, y cuando no
es sustraído a otros sino que es gastado y ofrecido con la meta de alcanzar algo
que sirva al grupo a cambio de alguna compensación.
El
dinero prestado, que remplaza un esfuerzo, se echa a perder. Al quedar sin
fuerzas se pierde. A la inversa, sin prestación y su remuneración
correspondiente, o cuando el dinero es prestado o regalado, sin corresponderse
con una prestación de valor equivalente, se desarrolla un circuito semejante,
sin embargo en este caso, de pérdida en pérdida, hasta que el excedente
desaparezca.
Si despreciamos
el dinero lo mantendremos alejado. Sin el dinero, la persona se vuelve débil y
permanece pobre. Cuando alguien es sobrio y se las arregla con poco, el dinero
se le vuelca, y llega cuando la persona lo necesita.
El
dinero representa una fuerza. Quien valora el dinero puede dejarlo que este a
su modo: en movimiento. Lo tiene atado con una cuerda larga, igual que un amo
tiene a un perro, y al igual que el perro que es bien tratado, tanto más a
gusto regresará hacia su dueño cuando este lo necesita y lo llama.
A veces,
el dinero se retira. Por ejemplo, las veces que desconsideramos un servicio
producido para nosotros y ofrecido con amor, sobre todo por parte de nuestros
padres. Si logramos apreciar su servicio, nos llega, así como a ellos, la
recompensa que con este servicio se corresponde. Esto es válido para todo lo demás.
Cuando respetamos la prestación que otros producen para nosotros (a menudo sin
retribución) llega para ellos y nosotros una recompensa.
Ellos
nos pagan nuestro respeto con más de su prestación, sin contar el esfuerzo. Sin
nuestro aprecio, su prestación se demora. Todo el dinero viene y se queda en
este mundo. En la dimensión espiritual rige otro tipo de intercambio. Sin
embargo, el dinero tiene un efecto en aquel otro mundo, cuando lo podemos tomar
y luego dejar de buena manera. Tiene permiso, al acabar nuestro tiempo
aquí, para quedarse. Ha cumplido con su servicio.
El
dinero se comporta como un mensajero mandado desde otra parte. Así, el dinero quiere
que lo adquiramos para producir algo con él y luego que lo dejemos, cuando nos
toque. Oímos el mensaje transmitido por este recadero y respetamos
cuidadosamente lo que, estando al servicio de su señor, él nos exige, sea lo
que sea. No podemos y no tenemos permiso para escoger. Algunas preguntas que
pueden surgirnos son:
- ¿Para qué o para quién se queda el dinero?
- ¿Aquel que después de nosotros lo recibe
tendrá la fuerza de conservarlo?
- ¿Se transformará en salario para una
prestación o se volverá una carga que aplasta en lugar de brindar algo?
- ¿Será un regalo o será una condena en la vida de quien lo recibe?
Karina
Pereyra.
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