Muchos niños
padecen males psicológicos que arrastran hasta la madurez, porque sus padres no
supieron acariciarlos con la debida ternura. Y si estos no lo hicieron, fue
porque a su vez ellos no conocieron una auténtica ternura por parte de sus
propios padres.
Durante siglos se
ha atribuido al tacto oscuras intenciones. Un padre o una madre pueden tener
miedo de sus impulsos homosexuales o incestuosos, y acarician a sus hijos con
un amor mezclado de rechazo porque desconfían de sí mismos o porque,
desvalorizándose, los desvalorizan.
Si nuestros padres
no han reconocido lo sagrado de nuestros cuerpos, no podemos amarnos. Para
poder tocar bien a un ser querido, debemos concentrar en nuestras manos la
energía corporal, sexual, emocional y mental; sentir en ellas el espacio
infinito, el tiempo eterno, el amor inconmensurable que es fuente de la
materia, la grandiosa alegría de vivir.
Cuando tocamos al
otro podemos transmitirle todo aquello. Tocar es acompañar, es decir entrar en
contacto con el cuerpo, el alma y el espíritu de quien nos necesita… Lo que
caracteriza a un mamífero es, antes que nada, el palpitar del corazón y su
respiración. Ambos ritmos envueltos en una piel.
Para desarrollar
bien el contacto amoroso, es necesario tomar dulcemente al otro para hacerle
apoyar una oreja en nuestro pecho, en la región del corazón. El primer y
encantador ruido que escuchamos cuando fetos es el del corazón de nuestra
madre. Y dar a oír nuestros latidos es la caricia básica que podemos ofrecer a
los seres que queremos.
Mientras lo
tenemos arrimado junto a nuestro pecho, sentiremos sus inhalaciones y
exhalaciones respiratorias. Acomodaremos nuestra propia respiración, para que
no haya diferencia entre su ritmo pulmonar y el nuestro. Así, formando una
unidad, nos acompañaremos profundamente.
Después nos
ocuparemos de satisfacer la piel al mismo tiempo que el alma. Un niño, para
crecer sano, necesita tener el absoluto convencimiento de que es amado. Muy
pocos crecemos con esa prueba total. Vivimos, en cierta forma, sintiéndonos
incompletos emocionalmente.
Para hacer cesar
esto, nos dedicaremos con un cariño y una atención intensos a besar todo el cuerpo de nuestro ser
amado, de pies a cabeza, sin dejar de lado ninguna parte de su piel. A cada
beso diremos “Te amo”.
Si esta ceremonia
se realiza con devoción, la cantidad de besos será grande y el recorrido por el
cuerpo entero tomará por lo menos una hora. Después de estas hermosas
actividades, las caricias y los abrazos se compartirán con felicidad sin
necesidad de nadie nos enseñe cómo hacerlos.
Alejandro Jodorowsky para Plano Sin Fin
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