Una vez, en un
país donde todos los hombres eran como reyes, vivía una familia, feliz en todo
sentido, en medio de un ambiente de tales características, que las palabras no
lo pueden describir en términos de cosa alguna conocida hoy por el hombre. Este
país de Sharq (Oriente) parecía satisfactorio al joven príncipe Dhat; hasta que
un día los padres le dijeron:
“Querido hijo, es
la costumbre obligada de nuestro país que cada príncipe real, cuando alcanza
cierta edad, parta a fin de someterse a una prueba. Esto se hace con el objeto
de prepararlo para su reinado, y para que logre en reputación, y -gracias del
esfuerzo y el estar alerta-, un grado de hombría que no se obtiene de ninguna
otra manera. Así ha sido ordenado desde el principio, y así será hasta el fin”
Por lo tanto el
príncipe Dhat se preparó para su viaje, provisto por su familia del sustento
que ella podía brindar: una comida especial que lo alimentaría durante su
exilio, de pequeño tamaño aunque ilimitada en cantidad.
Además le dieron
ciertos recursos, que no es posible mencionar, que de ser usados adecuadamente,
lo protegerían.
Debía viajar a
cierto país, llamado Misr (Egipto), e ir disfrazado. Fue así como le dieron
guías para el viaje, y ropas adecuadas a su nueva condición; ropa que tenía poca
semejanza con la usada por alguien de sangre real. Su tarea era rescatar cierta
joya, custodiada en Misr por un temible monstruo.
Cuando partieron
sus guías, Dhat quedó solo, pero pronto se encontró con alguien que Se hallaba
cumpliendo una misión similar, y juntos pudieron mantener vivo el recuerdo de
sus orígenes sublimes. Pero, debido al aire y a la comida del país, una especie
de sueño pronto descendió sobre ambos. Y Dhat olvidó su misión.
Durante años vivió
en Misr, ganándose la vida y desempeñando un humilde oficio, aparentemente
ajeno a lo que debería estar haciendo.
Por un medio que
les era familiar, pero desconocido para otras personas, los habitantes de Sharq
llegaron a conocer la lamentable situación de Dhat, y trabajaron juntos, en una
forma por ellos conocida, para ayudar a liberado y permitirle perseverar en su
misión.
Por un medio
extraño un mensaje fue enviado al pequeño príncipe, diciendo: “¡Despierta! Pues
eres el hijo de un rey, enviado en una misión especial, y debes regresar a
nosotros.”
Este mensaje
despertó al príncipe, quien logró encontrar al monstruo, y mediante el uso de
sonidos especiales, logró que se durmiera, tomando la inapreciable joya que
éste había estado custodiando.
Entonces Dhat
obedeció los sonidos del mensaje que lo habían despertado; cambió sus
vestiduras por las de su país y volvió sobre sus pasos, guiado por el Sonido,
al país de Sharq.
En un tiempo
sorprendentemente corto, nuevamente Dhat contem-pló sus antiguas vestimentas, y
el país de sus antepasados, y arribó a su hogar.
Sin embargo,
ahora, debido a sus experiencias, pudo ver que se trataba de un lugar que tenía
más esplendor que nunca, un lugar seguro para él; se dio cuenta de que era el
lugar rememorado vagamente por la gente de Misr como Salamat; palabra que para
ellos significaba Sumisión, pero que, ahora pudo verlo; significaba paz.
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