La queja recuerda algo pasado y se lamenta por ello.
En la queja, y más aun en la acusación, deseamos que algo hubiera sido
distinto, que hubiera ocurrido de otra manera. A traves de la queja o acusación
rechazamos algo. Rechazamos una realidad. El resultado es que esa realidad no puede tener en nosotros el efecto especial
que podría tener. Ocurrió en vano.
En la queja, se compara lo que es con algo que hubiera podido ser, pero que en realidad no fue. Por eso, esa realidad distinta, comparada a lo que es, no tiene fuerza. La queja constriñe y debilita en lugar de llevar adelante. Muy diferente es el asentimiento a la realidad tal como fue. Nuestro asentimiento convierte a esa realidad en algo grande e importante.
Ese asentimiento actúa como una bendición que hace florecer a la realidad. Con nuestro asentimiento, la realidad se vuelve una fuerza vital que trae oportunamente los frutos que nos consuelan con ella. Mediante nuestro asentimiento, la realidad se nos convierte en algo precioso y caro.
La queja, en cambio, y particularmente la acusación, actúan como una maldición. Paralizan y hacen que algo se seque en nosotros, sobre todo el amor. En la queja y la acusación, algo muere antes de que pueda madurar. Asl, la queja y la acusación se revelan como enemigos de la realidad. También son hostiles a otros seres humanos, a la vida tal como es, e incluso a Dios. La queja y la acusación separan, mientras que el amor une. En la queja y la acusación, el amor se ha atrofiado.
Incluso cuando nos quejamos del presente, cuando responsabilizamos y acusamos a otros de lo que en él sucede, el amor se atrofia y nuestra fuerza vital se agota. A veces, cuando nos quejamos de algo, intentamos cambiarlo combatiéndolo. ¿Mejoramos así la realidad? ¿O viene el impulso de la acción simplemente del deseo de que algo sea diferente a como es? Entonces nos extenuamos sin cambiar nada de verdad.
Si asentimos a una realidad sin quejarnos de ella y sin acusar a nadie, esa realidad puede cambiar y nosotros ganamos influencia sobre ella por haberla aceptado. Pero la fuerza de influirla no sale de nuestro interior. Sale de la realidad a la que hemos aceptado. Existen también religiones que se quejan y acusan. Esperan la redención y la salvación de este mundo y esta vida.
Muchas oraciones y muchos sacrificios que se ofrecen a Dios son asimismo quejas y acusaciones, unidas al deseo y la esperanza de que algo cambie y sea diferente de lo que fue y es. Esas religiones debilitan. Son hostiles a la vida y a la realidad. Quien asiente a su vida y al mundo tal como son, quien se les doblega en confianza y con alegría, posee la vida y el mundo.
¿También posee a Dios? No lo sabemos. Quien asiente a su vida y al mundo tal como son, no necesita saberlo. Esta en sintonía con lo ausente.
En la queja, se compara lo que es con algo que hubiera podido ser, pero que en realidad no fue. Por eso, esa realidad distinta, comparada a lo que es, no tiene fuerza. La queja constriñe y debilita en lugar de llevar adelante. Muy diferente es el asentimiento a la realidad tal como fue. Nuestro asentimiento convierte a esa realidad en algo grande e importante.
Ese asentimiento actúa como una bendición que hace florecer a la realidad. Con nuestro asentimiento, la realidad se vuelve una fuerza vital que trae oportunamente los frutos que nos consuelan con ella. Mediante nuestro asentimiento, la realidad se nos convierte en algo precioso y caro.
La queja, en cambio, y particularmente la acusación, actúan como una maldición. Paralizan y hacen que algo se seque en nosotros, sobre todo el amor. En la queja y la acusación, algo muere antes de que pueda madurar. Asl, la queja y la acusación se revelan como enemigos de la realidad. También son hostiles a otros seres humanos, a la vida tal como es, e incluso a Dios. La queja y la acusación separan, mientras que el amor une. En la queja y la acusación, el amor se ha atrofiado.
Incluso cuando nos quejamos del presente, cuando responsabilizamos y acusamos a otros de lo que en él sucede, el amor se atrofia y nuestra fuerza vital se agota. A veces, cuando nos quejamos de algo, intentamos cambiarlo combatiéndolo. ¿Mejoramos así la realidad? ¿O viene el impulso de la acción simplemente del deseo de que algo sea diferente a como es? Entonces nos extenuamos sin cambiar nada de verdad.
Si asentimos a una realidad sin quejarnos de ella y sin acusar a nadie, esa realidad puede cambiar y nosotros ganamos influencia sobre ella por haberla aceptado. Pero la fuerza de influirla no sale de nuestro interior. Sale de la realidad a la que hemos aceptado. Existen también religiones que se quejan y acusan. Esperan la redención y la salvación de este mundo y esta vida.
Muchas oraciones y muchos sacrificios que se ofrecen a Dios son asimismo quejas y acusaciones, unidas al deseo y la esperanza de que algo cambie y sea diferente de lo que fue y es. Esas religiones debilitan. Son hostiles a la vida y a la realidad. Quien asiente a su vida y al mundo tal como son, quien se les doblega en confianza y con alegría, posee la vida y el mundo.
¿También posee a Dios? No lo sabemos. Quien asiente a su vida y al mundo tal como son, no necesita saberlo. Esta en sintonía con lo ausente.
Bert Hellinger; Pensamientos divinos.
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