lunes, 8 de octubre de 2012

Siempre es para bien.

 
 
Hoy vino a consulta Esperanza, una mujer en su tercera edad que atraviesa un proceso de divorcio de un marido al que le entregó todo. Como muchas mujeres de su generación, dedicó todos sus recursos (internos y externos) para que su familia fuera feliz, a costa de renunciar a sus propios sueños. Mi vida esta acabada me dijo con tristeza, y yo le respondí que a veces, sentimos que un huracán nos sacude, dejándonos sin ramas ni hojas, y lo único que nos queda es agarrarnos con fuerza a nuestras raíces para no morir.

Cuando el dolor es muy grande, lo mejor es contar una historia, así que le dije: en su obra “Tiempo de Crear”, Benjamin González Buelta dice: “El reino de Dios se parece a un roble sacudido por un huracán. Soplan los vientos con fuerza, inclinan la copa, desgarran las ramas, arrancan las hojas. Pero los mismos vientos que atacan el roble se llevan sus semillas a grandes distancias, nace un roble nuevo. El huracán que parece destruir el roble hoy siembra sin saberlo el bosque que cubrirá mañana toda la montaña”.

No se si fue mi imaginación, pero debajo de su tristeza vi un alma que sonreía con timidez. La vida me ha mostrado que lo que creemos “desgracia”, puede ser una “suerte disfrazada”. Los mismos vientos que nos abaten, son los que llevan nuestras semillas a otro lado, a otro momento, a otra situación, permitiéndonos trascender al volver a echar raíces en un árbol nuevo.

Así, de nuestro interior surge una persona nueva con fuerzas renovadas que le permiten enfrentar los nuevos vientos que se avecinarán. Hoy, pido al Padre-Madre-Dios claridad y discernimiento para Esperanza, con la certeza de que si los vientos son muy fuertes para ella en este momento, esos mismos vientos se encargarán de que una nueva semilla sea plantada en otra tierra.


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