miércoles, 11 de abril de 2012

Fortalecer las raíces para poder volar.



Solamente dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos:
  Uno, raíces; el otro, alas. 
Hodding Carter.

 Desde tiempos muy remotos, los sabios han dicho que quien se conoce a si mismo, conoce el mundo. La mayoría de los senderos de búsqueda espirituales son una travesía que nos lleva al punto de partida: nosotros mismos. Sin embargo, esta no es una tarea fácil. Tenemos una inmensa tendencia a no conocernos, por estar encerrados en la trampa del pasado familiar.
 
Cambiar significa deshacer los nudos que nos atan a la tribu y rescindir los contratos que hicimos con ellos. El árbol genealógico nos posee por medio de ocultas amenazas: queremos ser amados por nuestros familiares, pero si no somos como ellos quieren que seamos, corremos el riesgo de ser expulsados del clan.

Inconscientemente, chocamos con muros que seremos incapaces de derribar, aquejados de un amor ciego. Somos esclavos de nuestros terrores infantiles. Queremos que cese nuestro sufrimiento pero, por lealtad a nuestra familia, no queremos saber su causa: sufrir es más fácil que asumir la solución.   

Jodorowsky cuenta que en una ocasión fue a ver a una curandera llamada Pachita, que luego de examinarlo en silencio le dijo: “Hijo querido del alma, acepta el don”. Al principio, el creyó que ella lo trató como un hijo para provocar una transferencia. Luego comprendió que realmente le quería decir: “Eres hijo de tu propia alma. Acéptala”. El mensaje fue: acepta ser lo que eres y no lo que los otros te han obligado a ser. Vence al tabú: realiza lo que te está prohibido…

Toda sanación nos invita a traicionar a nuestro árbol. Sin embargo, es imposible eliminar a alguien de la familia o borrar nuestro origen e historia, pues sería como eliminar una parte importante de nosotros mismos. La clave es: integrar el pasado en el presente y comprender que todo lo pasado fue útil…todo tuvo una razón de ser.  
 
La memoria de nuestro árbol genealógico está siempre presente en nosotros. Cada uno de nosotros está habitado por las tres generaciones que nos preceden. Esto es un mínimo de catorce personas. Cuando nos movemos llevamos a todo nuestro “clan” con nosotros. Los chamanes dicen que junto a cualquier persona siempre viajan todos sus ancestros. Lo que sanamos de nuestro árbol, queda sanado para las generaciones que nos sigan.
   
Si elevamos nuestro nivel de consciencia, eso repercutirá no sólo en nuestros hijos y en los hijos de nuestros hijos, sino también en todas las obras que realicemos y compartamos con el mundo. Cuando podemos mirar a algo o alguien que antes no podíamos incluir, estamos más completos y eso aumenta nuestra fuerza.
   
Hay un tesoro que deberemos descubrir en el proceso. En constelaciones familiares se dice que dónde está la herida, está también la solución. Es así como la familia nos enferma, y también nos sana. De modo que no se trata de volvernos autónomos, sino de ser capaces de entrar en nuestra familia, convertirla en nuestra aliada interior y con su bendición hacerlo diferente.

Para comprender nuestro árbol genealógico es necesario entrar en él como lo hacemos en nuestros sueños. No hay que interpretarlo, hay que vivirlo. Permitirnos escuchar el llamado y ver como estamos respondiendo. Mirar que está pasando con nosotros, escuchar a nuestro cuerpo. Observar qué se mueve en mí y en qué dirección. 
 
Karina Pereyra.
Consteladora Familiar.

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