En la Biblia la palabra pie aparece 250 veces, aunque no siempre con la misma relevancia simbólica. La postura vertical que nos permite el sostenernos sobre nuestros pies es símbolo del espíritu. Muchas religiones consideran la ligereza y la movilidad como características del espíritu, de ahí que sea representado como un ave. Los pies nos permiten la movilidad por lo que en algunos libros sagrados se utilizan como metáfora del espíritu. En arameo, cuando se menciona la palabra pies se refiere a Alma, mostrando así la relación de los pies con la liberación que nos ofrece el espíritu.
En una ocasión en que Yahvé habla con Ezequiel le dice: "así se expresa Yahvé: ¡El cielo es mi trono y la tierra la tarima para mis pies!" (Is. 66,1). De ese modo, los pies de Dios se vinculan con la Tierra. Nuestros pies nos ponen en contacto con la tierra. La vida se percibe a través de los pies y a través de ellos la llevamos a todo el cuerpo. De igual forma, por medio de los pies descargamos el excedente de energía que debe salir del cuerpo, sobretodo cuando caminamos descalzos.
Los pies son nuestro cable a tierra. Los pies tienen relación con el chakra raíz, y reflejan cómo elegimos responder a las condiciones de nuestra vida. Cuando perdemos nuestra conexión con la tierra, nos separamos de la fuente de la sanación y bienestar. Nos desconectamos de la capacidad de cuidarnos y alimentarnos con amor a nosotros mismos, así como satisfacer lo que necesitamos.
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.
Jesús emplea el lavado de pies para enseñarnos lo que debemos hacer y cómo hacerlo: Se quitó el manto y se ciñó con una toalla para mostrarnos que el que está más preparado es el que debe servir al que lo está menos. Quitarse el manto es un símbolo de despojarse de su investidura y ceñirse la toalla en la cintura es prepararse para servir.
Para lavar los pies, de otros o propios, debemos inclinarnos y hacernos pequeños, indicando que solo quien es grande puede ser humilde. Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”.
Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.
El lavar los pies es un arte, y como todo arte es sanador. Consiste en sutiles caricias de amor sobre nuestros pies. Sin ninguna intención o juicio, sólo en actitud de atención y quietud, ofreciendo nuestro amor, respeto y comprensión a la persona a la que lavamos. Practicar este sagrado rito nos permite accesar a la memoria y los registros de la humanidad. Lo movilizamos y traemos al presente la sabiduría de todos los hombres y mujeres que han caminado un paso en esta tierra. De esta forma, tenemos la oportunidad de establecer una nueva y sana experiencia de aprendizaje, de cualquier vivencia traumática que nos ha generado sufrimiento, en la actitud humilde de reconocer que no hay nada que pueda cambiar o hacer, porque ya todo fue hecho desde antes de ponernos en pie.
El lavatorio de los pies que Jesús hizo a sus apóstoles un jueves como el de hoy, nos muestra una poderosa vía de crecimiento espiritual, por medio de una sencilla y antigua práctica. Este antiguo arte activa la compasión, el amor y la liberación del sufrimiento ancestral. Las huellas de este noble arte se han encontrado en diferentes culturas y épocas, y es afín a todas las religiones, filosofías y escuelas. Practicado por diferentes caminantes, peregrinos y buscadores desde el principio de los tiempo (esenios, egipcios, chinos, siberianos, toltecas, griegos, entre otros), en la actualidad este mágico recurso nos puede conducir al deseado despertar de conciencia.
Los pies contienen los registros y la información de experiencias que fueron causa de dolor y sufrimiento, así como el origen de los patrones que nos llevan a transitar un determinado camino, que en muchos casos responde mas a una necesidad de nuestro árbol genealógico, que a una necesidad nuestra. En nuestros pies están todas nuestras respuestas. En ellos encontramos el reflejo y la expresión sincera de todo lo que somos y vivimos. Este acto amoroso y sagrado nos permite liberar las impurezas que mantienen triste al alma, y al mismo tiempo armoniza el campo energético enturbiado que nos mantiene paralizados y atados a los miedos, el dolor y el sufrimiento.
El lavado y masaje de amor a los pies es una vía para tocar el alma, llevándonos a experimentar una auténtica liberación y curación. La humilde actitud de inclinarnos a lavar los pies es apoyada por todos nuestros ancestros, que nos acompañan hasta lograr un verdadero desbloqueo emocional y mental, abriendo la puerta hacia nuestro auto conocimiento y amor propio. Este arte sagrado nos lleva a nuestro origen, regalándonos la oportunidad de despertar la fuerza de la Vida y el poder del Amor-Uno.
Los pies contienen los registros y la información de experiencias que fueron causa de dolor y sufrimiento, así como el origen de los patrones que nos llevan a transitar un determinado camino, que en muchos casos responde mas a una necesidad de nuestro árbol genealógico, que a una necesidad nuestra. En nuestros pies están todas nuestras respuestas. En ellos encontramos el reflejo y la expresión sincera de todo lo que somos y vivimos. Este acto amoroso y sagrado nos permite liberar las impurezas que mantienen triste al alma, y al mismo tiempo armoniza el campo energético enturbiado que nos mantiene paralizados y atados a los miedos, el dolor y el sufrimiento.
El lavado y masaje de amor a los pies es una vía para tocar el alma, llevándonos a experimentar una auténtica liberación y curación. La humilde actitud de inclinarnos a lavar los pies es apoyada por todos nuestros ancestros, que nos acompañan hasta lograr un verdadero desbloqueo emocional y mental, abriendo la puerta hacia nuestro auto conocimiento y amor propio. Este arte sagrado nos lleva a nuestro origen, regalándonos la oportunidad de despertar la fuerza de la Vida y el poder del Amor-Uno.
Felices pascuas de resurrección,
Karina Pereyra.
me encanto tu publicacion, muy amorosa contribucion, gracias y bendiciones
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