Si no te amas a
ti mismo nunca podrás amar a alguien más. Si no puedes tratarte amorosamente no
puedes tratar amorosamente a los demás. Es psicológicamente imposible. Cualquiera
que sea la manera en que estás contigo, así estás con los otros. Esta es una
idea básica, acéptala.
Si te odias a
ti mismo odiarás a otros; y te han enseñado a odiarte. Nunca alguien te ha
dicho, “¡Ámate a ti mismo!”. La misma idea parece absurda: ¿amarse a uno mismo?
La misma idea no tiene sentido: ¿amarse a uno mismo? Siempre pensamos que para
amar uno necesita a alguien más. Pero si no lo aprendes contigo no podrás
practicarlo con otros.
Te han dicho,
condicionándote constantemente, que tú no tienes ningún valor. De todas las
maneras posibles te han dicho, te han demostrado, que eres indigno, que no eres
lo que deberías ser, que no eres aceptado así como eres. Hay muchos “deberías”
que pesan sobre tu cabeza, y esos “deberías” son casi imposibles de satisfacer.
Y cuando no puedes satisfacerlos, cuando no cumples esos objetivos, te sientes
condenado. Un odio profundo surge hacia ti.
El primer paso
es: Acéptate como eres; suelta todos los “deberías”. ¡No lleves ningún
“debería” en tu corazón! Tú no debes ser alguien diferente; no se espera que
hagas algo que no es propio de ti. Sólo has de ser tú mismo. Relájate y sólo sé
tú mismo. Sé respetuoso con tu individualidad, y ten el valor de plasmar tu
propia firma. No sigas copiando las firmas de otros.
Cuando no estás
intentando convertirte en alguien más, entonces simplemente te relajas;
entonces surge la gracia. Entonces te llenas de grandeza, esplendor, armonía…
¡porque entonces no hay conflicto! Ningún lugar a dónde ir, nada por qué
luchar, nada que forzar, que imponer sobre ti violentamente. Te vuelves
inocente.
En esa
inocencia sentirás compasión y amor por ti. Te sentirás tan feliz contigo mismo
que incluso si Dios viene y golpea a tu puerta y dice: “¿Te gustaría
convertirte en alguien diferente?”, tú dirás: “¿Te has vuelto loco? ¡Soy
perfecto! Gracias, pero no cambies nada de mí; soy perfecto como soy”.
Si vas a ver
una pintura de Picasso y dices: “Esto está mal y eso está mal, y este color
debería haber sido de esta manera”, estás negando a Picasso. Cuando dices: “Yo
debería ser así”, estás intentando perfeccionar a Dios. Estás diciendo:
“Metiste la pata; yo debería haber sido así, ¿y tú me has hecho así?”. Estás
intentando perfeccionar a Dios. No es posible. Tu lucha es inútil, estás
condenado al fracaso.
Y cuanto más
fallas, más odias. Cuanto más fallas, te sientes más condenado. Cuanto más
fallas, te sientes más impotente. Y de este odio, impotencia, ¿cómo puede
surgir la compasión? La compasión surge cuando estás perfectamente centrado en
tu ser. Tú dices: “Sí, así es como soy”. No tienes ideales que satisfacer. ¡Y
de inmediato la plenitud comienza!
Las rosas
florecen tan maravillosamente porque no están intentando convertirse en lotos.
Y los lotos florecen tan maravillosamente porque no han oído historias de otras
flores. Todo en la naturaleza marcha tan maravillosamente en armonía, porque
nadie está intentando competir con alguien más, nadie está intentando
convertirse en algún otro. Todo es como debe ser.
¡Sólo comprende
este punto! Sólo sé tú mismo y recuerda que no puedes ser nada más, por más que
lo intentes. Todo esfuerzo es vano. Sólo tienes que ser tú mismo.
Existen
solamente dos caminos. Uno es rechazándote, pero tú seguirás siendo el mismo; o
condenándote, pero tú seguirás siendo el mismo. El otro es aceptándote,
entregándote, gozando, deleitándote, pero también tú seguirás siendo el mismo.
Tu actitud puede ser diferente, pero tú siempre serás la persona que eres. Pero
una vez que te aceptas, surge la plenitud.
Osho.
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