lunes, 7 de enero de 2013

Luz y sombras.


La sombra se proyecta allí donde algo se atraviesa en el cami­no de la luz. Por eso, lo que está en la sombra espera, se supo­ne, salir a la luz. Pero esto desborda la imagen concreta y esta dicho en sentido figurado. Utilizamos de múltiples maneras esa imagen de la luz y la sombra. Por ejemplo, al referirnos a una persona también hablamos de sus facetas sombrías. Pero en ese caso tales face­tas no son solamente oscuras o negras; a menudo encierran la fuerza intrínseca de la persona
 
Por eso decimos también que las luces y las sombras de una persona están muy próximas. Esa sombra no debe sacarse a la luz, pues solo por perma­necer oculta actúa en nosotros como fuerza. Solo a veces, cuando la situación lo requiere, se asoma y nos asusta, por lo violenta y amenazante que parece. Pero la sombra produce la irrupción decisiva, Ie da a la luz su perfil y no solo la aclara sino que también la afila. Así, pues, la sombra forma parte necesariamente de la luz, constituye su faz oculta.
 
C. C. Jung dice que la sombra es la cara oscura y apartada de nuestro ser, la cara que tendemos a ocultar o negar y que no queremos ver. Integran esa sombra el mal, la agresividad, lo asesino que hay en nosotros, pero también los impulsos y todo lo que se sustrae a nuestro control, sobre todo al control moral. De la sombra que queremos proteger de la luz también forma parte todo lo que compromete nuestra pertenencia a una familia, a otros grupos y personas importantes con res­pecto a los cuales nos sabemos dependientes o impotentes. Parte de la sombra son también nuestra culpa personal y sus consecuencias.
 
A veces, sin embargo, la sombra pesa no tanto sobre noso­tros sino mas sobre lo que se presenta como claro, iluminado y particularmente bueno. Entonces es la claridad la que tene­mos que ocultar ante esa sombra para que esta no la apague. A menudo, la sombra a la que negamos el derecho de per­tenencia en nosotros mismos, la sombra de la que incluso queremos deshacernos, no es nada propio. Esa sombra es mas bien un conjunto de personas del reino de las sombras, el reino de los muertos, que en nuestra familia fueron olvi­dadas, ocultadas, negadas, condenadas y excluidas. Con fre­cuencia son también personas con las que hemos contrdo una culpa. 
 
Dan señales de vida dentro de nosotros adoptan­do la forma de sombras, quieren que las reconozcamos, que las acojamos con caro, que las reintegremos en la fami­lia, las saludemos como iguales y les demos la bienvenida. Si morimos pues con esas sombras dentro de nosotros sin que las hayamos acogido y aceptado en nuestra vida, quizá no encontremos la paz hasta que las hayamos buscado en el rei­no de los muertos, como seres pertenecientes a nosotros, y nos hayamos unido y reconciliado con ellas.
 
Estos son, naturalmente, pensamientos audaces. Nadie tie­ne que considerarlos demostrables ni mucho menos demos­trados. Pero podemos prescindir de estas teorías si ya aho­ra, en esta vida, en nuestra sombra, abrimos nuestra alma y nuestro corazón a los muertos del reino de las sombras, si les concedemos entrar, los recibimos como huéspedes largo tiempo esperados y los dejamos estar con nosotros todo el tiempo que quieran y de la manera que quieran. Entonces seremos curados por su presencia, estaremos completos, enteros, unidos con ellos en vida como después de nuestra muerte, nos darán allá su bienvenida al igual que nosotros se la hemos dado aquí, y seremos conducidos por ellos y con ellos a la verdadera luz que nos alumbra como luz eterna.
 
Bert Hellinger; Pensamientos divinos.

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