La sombra se
proyecta allí donde algo se atraviesa en el camino de la luz. Por eso, lo que está en la sombra espera, se supone, salir a la luz. Pero esto desborda la imagen concreta y esta dicho en sentido figurado. Utilizamos de múltiples maneras esa imagen de la luz y la sombra. Por ejemplo, al referirnos a una persona también hablamos de sus facetas sombrías. Pero en ese caso tales facetas no son solamente oscuras o negras; a menudo encierran la fuerza intrínseca de la persona.
Por eso decimos también que las luces y las sombras de una persona están muy próximas. Esa sombra no
debe sacarse a la luz, pues solo por permanecer oculta actúa en nosotros como fuerza. Solo a veces, cuando la situación lo requiere, se asoma y nos asusta, por lo violenta y amenazante que parece. Pero la sombra produce la irrupción decisiva, Ie da a la luz su perfil y no solo la aclara sino que también la afila. Así, pues, la sombra forma parte necesariamente de la luz, constituye su faz oculta.
C. C. Jung dice que la sombra es la cara oscura y apartada de nuestro ser, la cara que tendemos a ocultar o negar y que no queremos ver. Integran esa sombra el mal, la agresividad, lo asesino que hay en nosotros, pero también los impulsos y todo lo que se sustrae a nuestro control, sobre todo al control moral. De la sombra que queremos proteger de la luz también forma parte todo lo que compromete nuestra pertenencia a una familia, a otros grupos y personas importantes con respecto a los cuales nos sabemos dependientes o impotentes. Parte de la sombra son también nuestra culpa personal y sus consecuencias.
A veces, sin embargo, la sombra pesa no tanto sobre nosotros sino mas sobre lo que se presenta como claro, iluminado y particularmente bueno. Entonces es la claridad la que tenemos que ocultar ante esa sombra para que esta no la apague. A menudo, la sombra a la que negamos el derecho de pertenencia en nosotros mismos, la sombra de la que incluso queremos deshacernos, no es nada propio. Esa sombra es mas bien un conjunto de personas del reino de las sombras, el reino de los muertos, que en nuestra familia fueron olvidadas, ocultadas, negadas, condenadas y excluidas. Con frecuencia son también personas con las que hemos contraído una culpa.
Dan señales de vida dentro de nosotros adoptando la forma de sombras, quieren que las reconozcamos, que las acojamos con cariño, que las reintegremos en la familia, las saludemos como iguales y les demos la bienvenida. Si morimos pues con esas sombras dentro de nosotros sin que las hayamos acogido y aceptado en nuestra vida, quizá no encontremos la paz hasta que las hayamos buscado en el reino de los muertos, como seres pertenecientes a nosotros, y nos hayamos unido y reconciliado con ellas.
Estos son, naturalmente, pensamientos audaces. Nadie tiene que considerarlos demostrables ni mucho menos demostrados. Pero podemos prescindir de estas teorías si ya ahora, en esta vida, en nuestra sombra, abrimos nuestra alma y nuestro corazón a los muertos del reino de las sombras, si les concedemos entrar, los recibimos como huéspedes largo tiempo esperados y los dejamos estar
con nosotros todo el tiempo que quieran y de la manera que quieran. Entonces
seremos curados por su presencia, estaremos completos, enteros, unidos con ellos en vida como después
de nuestra muerte, nos darán allá su bienvenida al igual que nosotros se la
hemos dado aquí, y seremos conducidos por ellos y con ellos a la verdadera luz
que nos alumbra como luz eterna.
Bert Hellinger; Pensamientos divinos.
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