La mente es la única que puede sintonizarse con la pobreza, ya que su
diseño es generar la realidad desde los recursos materiales. El tema con esto
es que todo lo material se agota, desaparece, se acaba, por lo que la mente
pretende sentirse segura “controlando” para no sufrir cuando ocurra la pérdida.
El alma es la energía esencial (espiritual) del Ser cuando está
encarnada en la materia, por lo cual, responde a las leyes de la materia, pero
tiene la inmensidad de la potencialidad que caracteriza el ámbito del Espíritu.
El alma se comporta como el turista respetuoso
y conciente que llega de visita a un lugar y, se somete a las leyes que reinan
allí aunque sean muy diferentes a las suyas.
El Espíritu es nuestra naturaleza esencial libre e ilimitada que no
puede ser atrapado, enfermado ni limitado. Es la misma esencia del Creador. El
alma puede responder a ambas dimensiones. Cuando le damos la autoridad a la
mente reducimos el alma a la pequeñez y limitación de la vida material.
En cambio, si reconocemos como autoridad al Espíritu, el alma logra traer
la infinitud de la dimensión espiritual a una experiencia en la materia, sin
que haya por medio el proceso de muerte. Cuando estamos en la conciencia
infantil, creemos que el dolor y el sufrimiento desaparecerán si morimos.
La pobreza nos llega cuando nos desconectamos de la vida, de modo que
inconscientemente con la pobreza mostramos nuestro anhelo de muerte, pero como
el sufrimiento no cesa perpetuamos el círculo vicioso que alimenta el
sufrimiento.
Sintonizarse con la abundancia es vivir desde la certeza de que todo lo
que proviene de la dimensión espiritual es inagotable, ya que el Creador es
infinito. De esta forma, se hace natural renunciar al sufrimiento sin tener que
experimentar la muerte, es tener la experiencia de vivir el cielo en la tierra.
Pasar de la pobreza a la abundancia es algo que
mucha gente dice que quiere, pero la realidad nos muestra que la gran mayoría realmente
no puede. La razón principal es que mucha gente se identifica con la mente para
vivir la ilusión de “grandeza”, cuando el único camino posible para la
abundancia es reconocernos como “pequeños” ante lo auténticamente “grande”; Dios
como Creador, la vida como su creación y los padres que hicieron posible que
llegáramos al mundo como criatura.
El cambio de la pobreza a la abundancia solo
ocurre por mediación de la “humildad”. Entonces, podemos despedirnos de las
ilusiones y reconocer exactamente lo
que es. Vivir en una conciencia de abundancia es reconocer la verdad más
grande y más importante de todas: Todo lo que existe es un regalo. No hemos
creado nada, esa es la verdad.
El regalo más grande es la vida y nos llego por vía de nuestro padre y nuestra madre. Cualquier otra cosa viene gracias a ese hecho
esencial. Reconocer eso nos lleva en un movimiento natural hacia la humildad.
Entonces, es fácil ocupar nuestro lugar que es por debajo de todo. En ese
momento, le podemos decir a papi y a mami: "¡Gracias, gracias, gracias por
todo!".
Así, es posible hacer algo bueno con aquello
que nos dieron. La fuerza de la vida que nos llega por medio de nuestros padres
(detrás de nosotros) actúa como un imán para la prosperidad. La verdad más
grande son los hechos, y los hechos se muestran por los efectos que producen.
Karina Pereyra.
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