jueves, 8 de noviembre de 2012

La entrega.


 
Cuando decimos «entrega» tenemos la idea de que nos damos a nosotros mismos como si estuviéramos en nuestra mano. Pero este es sólo uno de sus aspectos. Nos entregamos a algo, por ejemplo a una causa, una persona, una tarea o una esperanza, un sueño, un impulso, un ideal, porque al mismo tiempo somos atraídos por ello.

Cuanto más íntima es la entrega, tanto más tira de nosotros, como sucede por ejem­plo en el amor. «Ella medio tiraba de el, el medio caía ante ella», dice la leyenda de Loreley, cuando la ninfa arrastraba al barquero a sus profundidades (aunque en este caso signi­ficó la perdición del hombre) .
La gran entrega es concentrada y vigilante. Es la consu­mación de la existencia. Si es mutua, por ejemplo cuando el hombre y la mujer se unen para la consumación conjunta de la vida, ambos se crecen y alcanzan una entrega todavía mayor, la entrega a la vida en su plenitud.
La entrega es primera, y profundamente, entrega a la vida, tal como los padres nos la dieron y tal como, a través de ellos, tomó posesión de nosotros y nos puso a su servicio. Pero no todo el que vive es por eso mismo dueño de su vida. Sólo lo es si se entrega a ella con amor y tal como la ha recibido. Sólo en la medida en que nos entregamos a esa nuestra vida somos de verdad dueños de ella.
La entrega a la vida significa, pues, entrega a todo lo que ésta conlleva; es decir: entrega a nuestros padres principal­mente, a nuestra familia, a las circunstancias de nuestra vida tal y como nos son dadas por esos padres y esa familia.
Después, también entrega a todo lo que esa vida nos rega­la y nos exige para su desarrollo y su despliegue; es decir: entrega a todo lo que da alimento a nuestra vida y la hace más rica.
Entrega significa aquí amor a la vida en su plenitud. Sig­nifica también entrega y amor a la vida aquí y ahora, en este momento. La entrega verdadera es entrega con amor y alegría.
Esa entrega se prolonga en el encuentro con las personas, sobre todo en el encuentro amoroso entre el hombre y la mujer. En ninguna otra situación la atracción y entrega mu­tua es vivida mas profunda y exhaustivamente. Su fusión, al consumar el amor, es la consumación mas profunda posible de la vida, la que la cierra con broche de oro.
En la entrega a la vida, sobre todo en la consumación del amor entre el hombre y la mujer, nos entregamos a algo más grande: al poder que actúa detrás de toda vida, del que viene y al que retorna. Podemos decir también: en el que su prin­cipio y su fin coinciden y se igualan.
Solo esta última entrega recoge todas las demás y supone su meta.

Bert Hellinger; Pensamientos divinos.

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