domingo, 11 de noviembre de 2012

Respetar.

 

Respetar significa, en primer lugar, reconocer. Respetar a alguien quiere decir que reconozco que está ahí, que es como es y que es justo que sea como es. Eso implica que me respe­to a mi mismo de igual modo: respeto que estoy ahí, que soy como soy y que es justo el hecho de ser como soy.
 
Si me respeto a mí mismo y le respeto al otro en este sen­tido, renuncio a formarme una imagen de como deberíamos ser, tanto yo como el otro. Sin esa imagen previa no existe jui­cio sobre lo que sería mejor. Ninguna imagen preconcebida se interpone entre mi mismo y la realidad, tal como esta se manifiesta.
 
De esta manera, se facilita un segundo elemento, que también forma parte del respeto: amo lo real, en tanto es preci­samente real. Esto significa sobre todo: me amo a mí mismo tal como soy; amo al otro tal como es; y amo la manera en que somos diferentes.
 
Luego también es posible otro elemento, quizá el más bello, que también forma parte del respeto: me alegro de lo real tal como se manifiesta. Me alegro de mi mismo tal como soy; me alegro del otro tal como es; y me alegro de las dife­rencias que existen entre los dos.
 
Ese respeto guarda las distancias. No penetra en el otro y tampoco permite que el otro penetre en mi, que me impon­ga algo o que disponga de mi según su propia imagen. Por eso podemos respetarnos sin pretender nada el uno del otro.
 
Si nos necesitamos y pretendemos algo el uno del otro, aun tenemos que reparar en un cuarto aspecto: ¿nos fomen­tamos mutuamente o bloqueamos el desenvolvimiento de ambos? Si tenemos que reconocer que lo obstaculizamos, entonces el respeto no nos hará converger sino divergir. Por lo que debemos respetar que cada uno pueda y tenga que seguir su propio camino. De este modo, el amor y la alegría mutua más que menguar se profundizan. ¿Por qué? Porque el amor y la alegría son entonces como el respeto: serenos.

Bert Hellinger; Pensamientos en el camino.

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