El que lidera va primero, por ejemplo en una carrera, seguido por otros que quieren adelantarlo y hacerse con el liderazgo.
El que lidera es superior, aunque lo sea por poco tiempo. La lucha por el liderazgo, por la
superioridad, es esencial para el desarrollo en muchos campos. Sin liderazgo no habría progreso.
Otros
prefieren seguir el liderazgo de alguien, lo apoyan sin querer liderar ellos
mismos. Ganan con el liderazgo de otros o se identifican con él, sin intervenir
en la lucha. Por ejemplo, los espectadores. Dicen: «somos líderes», o «hemos ganado», sin haber aportado nada.
Liderar significa también encabezar un grupo o movimiento. Así, el presidente o el primer ministro lidera un pueblo, el general al ejercito, el empresario su empresa. Liderar significa también que algo nos lleva a la meta, por ejemplo un camino o un método, o que otros sean llevados a la meta.
Liderar quiere decir influir, sobre todo en la opinión pública. Quiere decir determinar la meta que se ha de alcanzar, por ejemplo mediante un plan. Significa también establecer una meta mayor, ya sea por medio de una religión, una filosofía, una cosmovisión o una imagen ordenadora.
Muchos de los que lideran se sienten a su vez liderados, como ocurre con los grandes fundadores religiosos. Lideran porque se consideran llamados y con vocación para ello. Pero también otros se sienten con vocación, por ejemplo algunos políticos. Entonces suelen creer que su liderazgo está legitimado en cierto modo por una fuerza mayor. Muchas veces hemos visto lo peligroso que puede llegar a ser eso.
No obstante, existe un liderazgo silencioso, interior, por ejemplo mediante el entendimiento; un liderazgo que, si seguimos siendo modestos y sin pretensiones, lidera a los demás a través de nosotros, sin que ellos se sientan a sí mismos como sujetos liderados. Es un liderazgo en el que todos se encuentran en sintonía con un alma común.
Bert Hellinger; Pensamientos en el camino.
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