Héctor Pereyra
Ariza fue, sobre todo, un hombre fundamentalmente bueno. Un ser que irradiaba
sencillez hasta la humildad en su personalidad discreta y apacible. Su voz era
un susurro que prodigaba la palabra sabia; la palabra culta, siempre reflexiva,
estimulante o esperanzadora con intención de armonizar o inducir al
entendimiento sobre criterios dispares. Sus calmadas
maneras, desprovistas de pasiones y arrebatos, le forjaron una personalidad
propicia para ser árbitro, mediador equilibrado y equidistante, como lo fue las
muchas veces que asumió ese rol.
Héctor Pereyra
Ariza cultivó la amistad como un credo. En estos tiempos de apariencia y
banalidad él fue firme, devoto y solidario a tiempo completo en sus relaciones
afectivas. Las cultivó y mantuvo con esmero y en ello se encontraba
comprometido en todos los escalones de la sociedad. Esos vínculos los mostraba
igualmente para todos, sin diferencias de rangos sociales como se lo imponía su
espíritu franco y su noble sentimiento, ajeno a la simulación, o la falsedad.
Incluso en el
espacio político al cual entró en desmedro de su sala de consulta médica y el
magisterio universitario, dejó una estela de servicio y en ésta actividad
también actuaba con diligencia cuando mediaba en la búsqueda de avenencia entre
el gremio médico y las autoridades públicas de turno, en cuya nómina se
encontraba en alto nivel y no por eso dejaba su papel justo y equilibrado.
Y en ese ámbito,
de calles empedradas, particularmente entre nosotros, de falsía y
desaprensiones, el doctor Pereyra Ariza generó, en términos generales, el
sentido de afecto y respeto de esos grupos. Héctor Pereyra Ariza, fue un hombre
de gran sensibilidad lo cual demostró con amplitud en las distintas facetas que
le presentó su paso por la vida.
Su vocación
solidaria la ejerció sin discriminación al igual que su bondad y su sentimiento
afectivo lo entregó con largueza a todos quienes lo tratamos. En estos tiempos,
sin apego ni compromiso por los valores, para él era un orgullo hablar de su
legión de amigos con quienes, para fortalecer ese vínculo, se comprometía
estableciendo el lazo del compadrazgo bautismal, con el respeto y la veneración
de antaño.
Héctor Pereyra
Ariza, hombre de bien, amigo entrañable se fue de su residencia en la tierra y
lo hizo suavemente, “como un gabán que cae de la percha al suelo”, sin hacer
ruido. Casi como pudo haber sido su vida si no hubiere sido por el esplendor de
su vida interior que lo llevó a sobresalir y ser apreciado por quienes tanto lo
tratamos y recordaremos el ejemplo de bien ser que deja como un recuerdo
permanente quienes tuvimos la experiencia inolvidable de tenerlo como amigo.
Fernando Infante.
Escrito en almomento.net
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