La culpa
siempre tiene que ver con una relación. Su primer efecto consiste en que
separa. Pero solo de una determinada manera. Pues también vincula, aunque a
distancia. Así como la culpa separa, también libera, tanto al que se ha hecho culpable
como a aquel ante el que la hemos contraído. Sin embargo, siempre de una
determinada manera.
Cuando se trata de la culpa en relación a la vida
de otro, esta nos obliga a asimilarnos o igualarnos a él. Pues la separación
causada por esa culpa no puede mantenerse. Igualándonos al otro, por ejemplo aceptando un
destino similar a raíz de la culpa, el otro se abre a nosotros. Vuelve a admitirnos
en su cercanía, incluso en su corazón. Ambos aceptamos las consecuencias de la
culpa, él como víctima, yo como victimario. Ponemos la mirada sobre nuestro
destino común, nos resignamos ante el y nos disolvemos en el, quedando vinculados
a la vez que separados por ese destino.
Esto se puede aplicar también a una culpa de
alcance menor. Separa y libera para lo que le es específico. Pero cuando esto se cumple en la aceptación del
destino propio e ineludible, sin reparar en el esfuerzo que nos exija a mi y
al otro, nos unimos ala vez que nos volvemos libres uno del otro, gracias a
algo que nos supera considerablemente a ambos.
Algunos creen haberse cargado de culpa incluso
frente a Dios. Pero el que se siente culpable ante Dios pierde la relación con
el otro, con quien ha contraído la culpa. Interpone entonces a Dios entre el y el otro. Y aleja a la culpa y sus consecuencias en lugar de afrontarlas cara a cara.
¿Pero cómo podría uno con traer una culpa con Dios sin sacarlo del cielo y de su luz inaccesible, atrayéndolo hacia sus propias tierras bajas? En lugar de honrarlo, lo deshonraría.
Como la culpa tiene, en ultimo término, un efecto purificador y perfeccionante para todos los implicados, sean actuantes o sufrientes, supera a su contrario en fuerza y poder creador y esta, por tanto, más
cerca de lo divino -cualquiera que sea lo que intuyamos detrás de este concepto- y sin embargo indeciblemente lejos.
Bert Hellinger; Pensamientos divinos.
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