martes, 11 de diciembre de 2012

Tomar de nuestros ancestros el permiso para ver.


Anotó la cita con el oftalmólogo en la agenda de su teléfono y apagó la luz.

-¿Por qué tengo este dolor de ojos tan molesto?- se preguntó la mujer reflexiva unos segundos antes de dormir, y como a todo lo que nos cuestionamos antes de conciliar el sueño el mundo onírico le da una respuesta, la mujer reflexiva soñó lo siguiente:

Se mudó a un recién construido apartamento con una coqueta ventana que daba al norte. Lo que sucedía en la calle le inquietaba, eran escenas de un mundo desconocido. Al tiempo que le atraía poderosamente lo que veía tras los cristales, también la desconcertaba. De tanto cerrar y abrir la ventana, los cristales empezaron a cimbrear, amenazando con romperse en mil pedazos. Cuanto más enfocaba la mirada, más cuenta se daba que ese mundo contenía tesoros maravillosos y tuvo la extraña certeza de que sus fracasados ancestros habían pisado esas tierras. Ya entendía, por lealtad a sus raíces no se atrevía a salir de una vez, luchar y hacerse con el botín. Oleadas de tensión recorrían su cuerpo. Los cristales de la ventana cimbreaban.

Cuando la mujer reflexiva despertó y recordó su sueño, decidió darse permiso para conquistar su propio futuro. Antes de desayunar anuló la cita con el oculista, el dolor de ojos había desaparecido por completo.
 
Tomado de plano creativo.

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