Amar al niño interior.
Mi dicha, mi pena, mi esperanza, mi amor,
¡Todo se movía en el interior de este círculo!
Edmund Waller.
La mayoría de los problemas que tenemos en
nuestras relaciones tienen su origen en nuestro desconocimiento para intimar
con nuestro propio niño interior. Todos los conflictos que vemos afuera, son el
reflejo de lo que llevamos dentro. Gran parte de nuestros enfrentamientos con
los demás, en realidad son luchas que tenemos con el niño herido y asustado que
hay dentro de nosotros.
En este sentido, cada roce de convivencia es
una maravillosa oportunidad para sanar nuestras lesiones emocionales. En un
momento donde no hay tiempo que perder, este viaje fue un procedimiento intensivo
de sanación. En cada ritual, ceremonia, celebración, intervención, movimiento o
encuentro que sostuvimos, una herida de nuestros corazones fue limpiada,
desinfectada, curada, cerrada, honrada, bendecida, asentida…
Baruch Spinoza dice: “No llores, no te
indignes. Comprende”. El movimiento de sanación nos toma toda la vida. Es mantenernos
enfocados en el proceso y reafirmar nuestra decisión de sanar lo que nos cura,
no el resultado final. Cuando creemos que hemos llegado, nos percatamos de que
hemos recorrido todo ese trayecto tan solo para volver a empezar. El viaje de sanación
es una espiral en la que hacemos el ascenso en círculo.
Jung pensaba que la experiencia espiritual del
“self”, que en otros modelos le llaman “ser real” o “yo autentico”, solo puede
realizarse mediante la circunvalación. En su libro “El encanto de la vida
simple”, Sarah Ban Breathnach dice que en cada vuelta que damos en la rueda de sanación,
el panorama se abre un poco más.
Louise L. Hay dice:
Uno de los asuntos más importantes que necesitamos
comenzar a abordar es la curación del olvidado niño interior. Muchos de
nosotros nos hemos pasado demasiado tiempo sin hacer caso de nuestro propio
niño interior. Tengas la edad que tengas, hay en tu interior un pequeño que
necesita amor y aceptación.
Si eres una mujer, por muy independiente que
seas, tienes en tu interior a una niña muy vulnerable que necesita ayuda; si
eres un hombre, por muy maduro que seas, llevas de todas formas un niño dentro
que tiene hambre de calor y afecto. Cada edad que has vivido está dentro de ti,
dentro de tu conciencia y de tu memoria.
Cuando éramos niños y las cosas iban mal,
solíamos pensar que algo no funcionaba bien en nosotros, que teníamos algo malo
dentro. Los niños piensan que si pudieran hacer las cosas bien, sus padres (o
quien sea) les amarían y no les castigarían ni les pegarían. Así pues, siempre
que el niño o la niña desea algo y no lo obtiene, piensa: “No valgo lo suficiente.
Soy anormal, un retrasado”. Entonces, cuando nos hacemos mayores rechazamos ciertas
partes de nosotros mismos.
A estas alturas de nuestra vida, ahora mismo,
es necesario que empecemos a hacernos íntegros y a aceptar cada parte nuestra:
la que hacía el tonto, la que se divertía, la que se asustaba, la que era
estúpida y boba, la que llevaba la cara sucia. Todas y cada una de nuestras
partes. Creo que por lo general nos desconectamos, nos
cerramos, alrededor de los cinco años.
Tomamos esa decisión porque pensamos que
algo no funciona bien en nosotros y ya no queremos tener nada que ver con ese
niño o niña que somos. También llevamos a nuestros padres dentro. Tenemos en nuestro interior al niño y a sus
padres. La mayor parte del tiempo el padre (o la madre) reprende al niño, casi
sin parar. Si prestas atención a tu diálogo interno, podrás oír el sermón.
Podrás escuchar cómo papá o mamá le dice al niño que está haciendo algo mal o
que no sirve para nada.
Lógicamente, entonces comenzamos una guerra
con nosotros mismos; empezamos a criticarnos de la misma forma en que éramos
criticados: “Eres un estúpido”, “No sirves para nada”, “Otra vez la has
fastidiado”. Se convierte en costumbre. Cuando nos hacemos adultos, la mayoría
de nosotros no hacemos el menor caso de nuestro niño interior, o lo criticamos
igual como nos criticaban. Continuamos con la pauta una y otra vez.
Karina.
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