La escritura como
significante de experiencias.
Todo lo que hace falta para descubrir al
ego
es una palabra de adulación o de crítica.
Anthony de Mello.
Hace tan sólo dos semanas,
trece personas iniciamos un alucinante viaje de aventuras a Perú. Algunos nos
conocemos desde hace algún tiempo, otros apenas tenemos unos pocos meses de encontrarnos, y un
par ni siquiera nos habíamos visto antes. No obstante, muchas personas que nos
veían enfrentando importantes desafíos, creían que todos nos conocíamos desde
hacia mucho tiempo.
Lo cierto es que resulta difícil pensar que un grupo tan heterogéneo en edades, ocupaciones, intereses y vivencias terminaríamos juntos una experiencia colectiva como una familia, testimoniando de esta forma un interés común a todos: “Estar en sintonía con la Vida y consentir a los planes de Dios”.
Como ocurre frecuentemente, gran parte de las experiencias de este viaje no tenían un sentido aparente en el momento en que se presentaron. Sin embargo, en ningún instante fueron consideradas vacías de sentido. En algún lugar de nuestro interior, una parte de nosotros estaba convencida de la trascendencia de lo que nos ocurría. Creo que esta sensación podría ser llamada por algunos “fe” o “confianza”. Personalmente, la mayor parte del tiempo me sentí acompañada, asistida y cuidada.
Una vez leí en algún lugar que en algunas sociedades naturales de características tribales, al cumplir los 13 años los jóvenes son llevados por sus padres a la selva, en donde deben pasar la noche con los ojos vendados. Es tanto y tan grande el respeto que estos chicos sienten por los ritos de su tradición, que ninguno retira la venda de sus ojos hasta que los hombres de la tribu llegan para hacerlo a la salida del sol.
De esta forma, muchos pueblos originarios le ahorran al niño el proceso de la traumática adolescencia. Al suprimirla, mediante este rito de paso o de iniciación transforman "a voluntad" al niño que entonces pasa a ser un adulto. Solo cuando el “guerrero” va junto con otros hombres, a llevar a la selva por primera vez a un púber que tendrá que vivir su propia muerte, se entera que todos ellos se quedan en silencio acompañándolo. Solo los hombres adultos conocen ese “secreto”.
Gran parte del valor del rito consiste en someterse a pruebas tremendas tanto físicas como mentales, y tocar el miedo de una forma tan intensa que se transforme en valor. El proceso es tan real que se les hace creer a las mujeres (especialmente a la madre) y a los niños, quienes se mantienen apartados de la ceremonia, que los novicios realmente mueren. El hijo es entregado a la madre pintado de blanco (color de la muerte) y se le brinda un trato especial, por estar de luto. Luego se le trata como parturienta y el hijo “renace”.
En el viaje que hicimos, una sacerdotisa y un sacerdote quechuas celebraron conmovedoras y profundas ceremonias en lugares arcanos y sagrados, provocando en nosotros inolvidables vivencias en un entorno seguro, contenido y amoroso. Cada uno de los ritos, estremeció hasta el más pequeño centímetro de mi carne y de mis huesos. Lentamente, todas las viejas y olvidadas creencias que aun me atrapaban en limitaciones inconscientes fueron removidas, hasta que finalmente saboreé la sensación de haber “renacido”.
Lo cierto es que resulta difícil pensar que un grupo tan heterogéneo en edades, ocupaciones, intereses y vivencias terminaríamos juntos una experiencia colectiva como una familia, testimoniando de esta forma un interés común a todos: “Estar en sintonía con la Vida y consentir a los planes de Dios”.
Como ocurre frecuentemente, gran parte de las experiencias de este viaje no tenían un sentido aparente en el momento en que se presentaron. Sin embargo, en ningún instante fueron consideradas vacías de sentido. En algún lugar de nuestro interior, una parte de nosotros estaba convencida de la trascendencia de lo que nos ocurría. Creo que esta sensación podría ser llamada por algunos “fe” o “confianza”. Personalmente, la mayor parte del tiempo me sentí acompañada, asistida y cuidada.
Una vez leí en algún lugar que en algunas sociedades naturales de características tribales, al cumplir los 13 años los jóvenes son llevados por sus padres a la selva, en donde deben pasar la noche con los ojos vendados. Es tanto y tan grande el respeto que estos chicos sienten por los ritos de su tradición, que ninguno retira la venda de sus ojos hasta que los hombres de la tribu llegan para hacerlo a la salida del sol.
De esta forma, muchos pueblos originarios le ahorran al niño el proceso de la traumática adolescencia. Al suprimirla, mediante este rito de paso o de iniciación transforman "a voluntad" al niño que entonces pasa a ser un adulto. Solo cuando el “guerrero” va junto con otros hombres, a llevar a la selva por primera vez a un púber que tendrá que vivir su propia muerte, se entera que todos ellos se quedan en silencio acompañándolo. Solo los hombres adultos conocen ese “secreto”.
Gran parte del valor del rito consiste en someterse a pruebas tremendas tanto físicas como mentales, y tocar el miedo de una forma tan intensa que se transforme en valor. El proceso es tan real que se les hace creer a las mujeres (especialmente a la madre) y a los niños, quienes se mantienen apartados de la ceremonia, que los novicios realmente mueren. El hijo es entregado a la madre pintado de blanco (color de la muerte) y se le brinda un trato especial, por estar de luto. Luego se le trata como parturienta y el hijo “renace”.
En el viaje que hicimos, una sacerdotisa y un sacerdote quechuas celebraron conmovedoras y profundas ceremonias en lugares arcanos y sagrados, provocando en nosotros inolvidables vivencias en un entorno seguro, contenido y amoroso. Cada uno de los ritos, estremeció hasta el más pequeño centímetro de mi carne y de mis huesos. Lentamente, todas las viejas y olvidadas creencias que aun me atrapaban en limitaciones inconscientes fueron removidas, hasta que finalmente saboreé la sensación de haber “renacido”.
Algunas veces, las personas que asisten a mis
talleres me dicen que admiran mi “humildad”, porque suelo compartir todo lo que
vivo y las reflexiones que surgen de mis vivencias. Tengo que ser sincera y
responder que no lo hago ni por generosidad ni por humildad. Más bien, lo que
me mueve es un profundo y egocéntrico interés de mantener en movimiento mis
propios procesos de crecimiento.
Hoy, cuando me senté frente a mi lap top con
la intención de escribir la tarea que me propuse de enfocarnos en las experiencias, no
tenía ninguna sospecha sobre el tema que desarrollaría. A medida que empecé a
escribir, descubrí que mi ego nunca me hubiese dado el permiso para hacer este
viaje. A él no le gustan las experiencias colectivas, los sacrificios, las
temperaturas extremas, la inseguridad, las molestias físicas ni las pruebas. Mi
ego disfruta el perfeccionismo, el control, la independencia, la
autosuficiencia, la zona segura y el poder que siente cuando cree que está al
mando.
Tuve que reconocer que si hubiese tenido una
pequeñísima idea de lo que iba a vivir, no habría hecho el viaje. De forma
voluntaria y consciente, no elegiría pasar de 1°C en la mañana (sin calefacción ni agua
caliente) a 36°C a medio día (con hambre y cargada de equipaje). En mi agenda no habría
planificado llegar a la selva amazónica a las 6:45 p.m. y atravesar las aguas
en una oscuridad mayor que la de un sepulcro.
Mucho menos, me
expondría a ser transportada en una débil embarcación por un nativo que ciego
como topo, la chocaría contra una enorme pared de rocas, y en un instante verme
caer vertiginosamente en un abismo espantoso, en el que miraría el miedo de
morir en un lugar extraño y lejos de casa.
No, ese tipo de
actividades solo están en la agenda de Dios. Aunque en un nivel intelectual sé
que quien evita el
dolor, se aleja también del crecimiento y permanece como pequeño, lo cierto es
que este viaje y la oportunidad de darle estructura, por vía de la escritura a
las vivencias, me han mostrado con claridad el modo en que he entorpecido,
accidentado, enlentecido y dificultado mi propia travesía.
El recurso utilizado por la Pachamama (en
complicidad con la Vida) para cumplir sus propósitos de
lanzarnos del cómodo nido, es similar al movimiento interrumpido que utilizamos en Constelaciones Familiares.
Consiste en someter a la persona a una contención sostenida desde afuera, que
le permita contactar las heridas que le han mantenido separada del amor y el
movimiento hacia la vida.
Regularmente, el camino de ir a sus emociones
y sentimientos más profundos lleva a la persona a contactar la rabia, el dolor,
la desesperanza y el miedo. El procedimiento solo finaliza cuando la persona
llega a un nivel tan potente de emoción negativa, que logra regresar al amor
primario, que en la mayoría de los casos le lleva de retorno al regazo de la
madre.
En estos dos días de silenciosa digestión que llevo desde nuestro regreso, un profundo agradecimiento brota de mi corazón, como los manantiales que vi en los paisajes de la selva. Agradecimiento por la Vida, mis consultantes, clientes, estudiantes y relacionados, que me permiten tener dignamente los recursos que necesito para dedicarme a mirar.
En estos dos días de silenciosa digestión que llevo desde nuestro regreso, un profundo agradecimiento brota de mi corazón, como los manantiales que vi en los paisajes de la selva. Agradecimiento por la Vida, mis consultantes, clientes, estudiantes y relacionados, que me permiten tener dignamente los recursos que necesito para dedicarme a mirar.
Tengo el privilegio enorme de ser mantenida y
disfruto la libertad de dedicarme completamente a la auto-observación. Lo único
que mis clientes piden a cambio de este invaluable regalo es que comparta mis
reflexiones con ellos. Exponer mi ego frente a la gente que me paga por ello no
es un acto de humildad, es mi trabajo: "Ocuparme de mí, y poco a poco ir
reconociendo a la que de verdad soy".
Esta tranquilidad me brinda la valiosa
oportunidad de descubrir muchos de los disfraces que utiliza mi ego para seguir
con vida. Este movimiento fue el que me llevó a comprometerme con mis
compañeros de viaje, para durante un tiempo dedicar cada día un espacio para la
reflexión en las cosas que ocurrieron, y luego pasar mis consideraciones a los
otros.
Ver quien auténticamente somos, es el camino que debemos transitar para permitir la llegada de la “Presencia” y de todas sus bendiciones. Estamos en el presente en el momento en que empezamos a “mirar”. Tan pronto nuestras limitaciones son observadas, comienzan a desvanecerse. En palabras de Ambrose Bierce: “Todos somos locos, pero quien analiza su locura, es un filósofo”.
Ver quien auténticamente somos, es el camino que debemos transitar para permitir la llegada de la “Presencia” y de todas sus bendiciones. Estamos en el presente en el momento en que empezamos a “mirar”. Tan pronto nuestras limitaciones son observadas, comienzan a desvanecerse. En palabras de Ambrose Bierce: “Todos somos locos, pero quien analiza su locura, es un filósofo”.
Escribiendo “para ustedes” he encontrado
tesoros inestimables que estaban enterrados en las vivencias de la quincena
pasada. Ir observando las pruebas, desafíos y experiencias no gratas, y hacerme
las preguntas: ¿Qué llegó a través de..? ¿Cuál fue el aprendizaje que me dejó…? ¿Cuál fue el regalo que vino a través de…? me ha ayudado muchísimo, y como sé que a mi
ego le gusta distorsionar la realidad, es mejor escribir las respuestas que
reciba!.
Por lo pronto, la propuesta es hacerlo
durante los siguientes 40 días, pero la verdad es que estoy dispuesta a seguir
hasta que ya no lo necesite.
Karina.
Queridísima, dudo que lo inmenso de las experiencias vividas, pueda ser expresado de mejor manera... :D
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