Consentir al cuerpo.
Has de tratar al
cuerpo, no como quien vive con el, que es necedad,
ni como quien vive por
el, que es delito, sino como quien no puede vivir sin el.
Francisco de Quevedo.
Uno de los errores de la visión
occidental ha sido considerar al cuerpo como un enemigo del Espíritu. Mucha de
la responsabilidad descansa en la mirada que la religión judeo-cristiana da al
cuerpo. Esto ha distorsionado el enfoque de la salud hasta tal punto, que nos relacionamos con nuestro cuerpo, como si se tratara de un enemigo del cual debemos cuidarnos para no padecer. Del mismo modo, los médicos ven el cuerpo como si se fuese una
máquina que tienen que arreglar. En la Amazonia pude darme cuenta,
que el bienestar nos llega como consecuencia de sentirnos cómodos con la
naturaleza.
La verdad, como dice Osho, es que somos una entidad orgánica y nos tratarnos como máquinas a las que se les arreglan las partes dañadas, cuando esa es en realidad la causa para que nos enfermemos. Cuando Rebeca West estaba en la tercera edad decía que, mientras somos adolescentes creemos que nuestros cuerpos se identifican con nosotros y comparten los intereses que tenemos, para luego darnos cuenta que son compañeros sin corazón que nos han sido impuestos accidentalmente.
Esta adelantada mujer reflexionaba al final de sus días sobre el abandono de la belleza de nuestros cuerpos, sus quejas y sus rebeliones a medida que la edad avanza, y se preguntaba: “¿Quién ha abandonado a quién?”. “¿Dónde inició la traición?”. Al mismo tiempo, cuestionaba si la batalla no se habría iniciado años atrás, cuando empezamos a tomar en cuenta la opinión que otros tenían sobre nuestro cuerpo para sentirnos bien con él. Su conclusión es que dimos por sentado que nuestros cuerpos nos acompañarían y los tratamos con desdén, les buscamos infinidad de defectos, abusamos de ellos con carencias o excesos, y los deshonramos con una vida demasiado dura (con pocos cuidados).
La verdad, como dice Osho, es que somos una entidad orgánica y nos tratarnos como máquinas a las que se les arreglan las partes dañadas, cuando esa es en realidad la causa para que nos enfermemos. Cuando Rebeca West estaba en la tercera edad decía que, mientras somos adolescentes creemos que nuestros cuerpos se identifican con nosotros y comparten los intereses que tenemos, para luego darnos cuenta que son compañeros sin corazón que nos han sido impuestos accidentalmente.
Esta adelantada mujer reflexionaba al final de sus días sobre el abandono de la belleza de nuestros cuerpos, sus quejas y sus rebeliones a medida que la edad avanza, y se preguntaba: “¿Quién ha abandonado a quién?”. “¿Dónde inició la traición?”. Al mismo tiempo, cuestionaba si la batalla no se habría iniciado años atrás, cuando empezamos a tomar en cuenta la opinión que otros tenían sobre nuestro cuerpo para sentirnos bien con él. Su conclusión es que dimos por sentado que nuestros cuerpos nos acompañarían y los tratamos con desdén, les buscamos infinidad de defectos, abusamos de ellos con carencias o excesos, y los deshonramos con una vida demasiado dura (con pocos cuidados).
Hace un tiempo, en un curso de respiración
que tomé el instructor dijo: “Afortunadamente,
la naturaleza sabía que si la respiración se hubiese puesto en nuestras
manos, habríamos muerto hace mucho". Aunque en aquella época me pareció un
comentario extremo, ahora está lleno de sentido ante mi consciencia. La responsabilidad espiritual
empieza por el cuerpo. Pensar que espíritu y materia se pueden “trabajar” como
asuntos separados, es una ilusión de las conciencias infantiles.
Frecuentemente, encontramos esta actitud en la gente inmadura, irresponsable y rebelde/sumisa (niños heridos), o entre la gente super responsable, correcta y rígida (adultos enfermos). El adulto sano escucha el lenguaje de su cuerpo como la hace el niño natural antes de ser domesticado, y dañado por la familia y/o el ambiente. Cuando estamos pequeños, sabemos lo que nos hace falta y lo buscamos dónde eso esté, así sea en la tierra de la planta que adorna la sala. Es curioso que los “locos” hagan lo mismo. El cuerpo siempre está en el presente, de modo que el estar bien relacionado con él, nos facilita el camino para recibir la bendición y tomar el regalo.
Mi tendencia es a la vida sibarita y la holgazanería extrema, que mezclada con una buena dosis de autoindulgencia, no han sido los mejores guías para estar presente y transitar el camino de detectar las necesidades reales de mi cuerpo. A mi edad, nunca me he ejercitado, hecho dietas ni cuidado adecuadamente mi salud. Cada día en que mi cuerpo respondía de modo tan solidario a las demandas que este viaje le imponía, le daba gracias a mi carne y le hacia la promesa de cuidar adecuadamente de mi "materia" cuando regresáramos a casa.
Muchos de mis compañeros de viaje que hacen ejercicios, cuidan su alimentación y son cuidadosos con su salud, sufrieron malestares y dolores en sus cuerpos. Incluso, algunos sufrieron caídas y accidentes. Regularmente, mi salud es muy buena (gracias a mi hermoso cuerpo), y tengo muy pocas referencias de dolor a lo largo de mi vida. En todo el recorrido, mi única molestia fue un día que introduje en mi cuerpo algo “extraño” a él, y respondió con un fortísimo dolor de cabeza, que me obligó a tomar una siesta de una hora.
En Constelaciones Familiares veo como los síntomas del cliente me muestran la parte que este ha fortalecido, en detrimento del resto del cuerpo. El lugar, función y desbalance que muestra el síntoma en el cuerpo, nos indica los posibles orígenes del extravío de dirección que la persona ha padecido. De este modo, el síntoma es un aliado que nos muestra donde debemos enfocar la atención para regresar al rumbo que perdimos. Así, mi dolor me mostró el precio que pago por ser “cabeza dura”, y la sensibilidad a la que me expuso mi molestia fue tal, que la vibración de las pisadas de la gente me torturaba de un modo inimaginable.
En mi país, la clase media trabajadora juega sanes para hacer cosas extraordinarias sin necesidad de financiar ni pagar intereses. Desde hace un tiempo, juego dos números de “san” a mi mamá; uno lo tomo a principios de año para viajar, y otro a final de año para hacer las reparaciones o decoraciones de la casa. Hoy, inicié un ahorro solidario cooperativista con un grupo de amigas. El propósito de este dinero cuando lo reciba es “consentir” a mi cuerpo: comprarle cremas, perfumes, ropas, llevarlo de paseo, darle un tiempo de descanso, pagarle un plan de spas, regalarle un ciclo de terapias corporales, nutrir su piel, tonificarlo con un personal trainer, etc.
Frecuentemente, encontramos esta actitud en la gente inmadura, irresponsable y rebelde/sumisa (niños heridos), o entre la gente super responsable, correcta y rígida (adultos enfermos). El adulto sano escucha el lenguaje de su cuerpo como la hace el niño natural antes de ser domesticado, y dañado por la familia y/o el ambiente. Cuando estamos pequeños, sabemos lo que nos hace falta y lo buscamos dónde eso esté, así sea en la tierra de la planta que adorna la sala. Es curioso que los “locos” hagan lo mismo. El cuerpo siempre está en el presente, de modo que el estar bien relacionado con él, nos facilita el camino para recibir la bendición y tomar el regalo.
Mi tendencia es a la vida sibarita y la holgazanería extrema, que mezclada con una buena dosis de autoindulgencia, no han sido los mejores guías para estar presente y transitar el camino de detectar las necesidades reales de mi cuerpo. A mi edad, nunca me he ejercitado, hecho dietas ni cuidado adecuadamente mi salud. Cada día en que mi cuerpo respondía de modo tan solidario a las demandas que este viaje le imponía, le daba gracias a mi carne y le hacia la promesa de cuidar adecuadamente de mi "materia" cuando regresáramos a casa.
Muchos de mis compañeros de viaje que hacen ejercicios, cuidan su alimentación y son cuidadosos con su salud, sufrieron malestares y dolores en sus cuerpos. Incluso, algunos sufrieron caídas y accidentes. Regularmente, mi salud es muy buena (gracias a mi hermoso cuerpo), y tengo muy pocas referencias de dolor a lo largo de mi vida. En todo el recorrido, mi única molestia fue un día que introduje en mi cuerpo algo “extraño” a él, y respondió con un fortísimo dolor de cabeza, que me obligó a tomar una siesta de una hora.
En Constelaciones Familiares veo como los síntomas del cliente me muestran la parte que este ha fortalecido, en detrimento del resto del cuerpo. El lugar, función y desbalance que muestra el síntoma en el cuerpo, nos indica los posibles orígenes del extravío de dirección que la persona ha padecido. De este modo, el síntoma es un aliado que nos muestra donde debemos enfocar la atención para regresar al rumbo que perdimos. Así, mi dolor me mostró el precio que pago por ser “cabeza dura”, y la sensibilidad a la que me expuso mi molestia fue tal, que la vibración de las pisadas de la gente me torturaba de un modo inimaginable.
En mi país, la clase media trabajadora juega sanes para hacer cosas extraordinarias sin necesidad de financiar ni pagar intereses. Desde hace un tiempo, juego dos números de “san” a mi mamá; uno lo tomo a principios de año para viajar, y otro a final de año para hacer las reparaciones o decoraciones de la casa. Hoy, inicié un ahorro solidario cooperativista con un grupo de amigas. El propósito de este dinero cuando lo reciba es “consentir” a mi cuerpo: comprarle cremas, perfumes, ropas, llevarlo de paseo, darle un tiempo de descanso, pagarle un plan de spas, regalarle un ciclo de terapias corporales, nutrir su piel, tonificarlo con un personal trainer, etc.
Lucely, mi terapeuta corporal, fue
mi cómplice de esta “travesura”. Con ella comencé mi proyecto “Mimo y honro mi
bello cuerpo”. Siento tal alegría por esto, que ya siento los beneficios
adelantados de uno de mis mejores ahorros.
Karina.
Nota:
Te invito a visitar el blog de
Lucely http://luzdelcielo-toquesanador.blogspot.com/
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